Los rebrotes de la pandemia recuerdan los ataques de Moby Dick sobre el ballenero que capitanea Acab. Sus acometidas y coletazos son una metáfora del mal recurrente en nuestras vidas. La desconfianza en todo, la paranoia y la obsesión en algunos casos, el odio concentrado en personas o ideologías designadas enemigas, la lucha de clases pastelera en red social, los cerillos oportunos de los canallas sobre la yesca del temor de la gente, el constante reflujo de la intolerancia frente la obediencia pastueña de quienes sienten mucho miedo adentro, la rebeldía de no pocos jóvenes que se desmarcan de toda profilaxis. Pero otras costumbres y pautas, incluidas las del consumo, han vuelto a su amor, han recuperado racionalidad y cierta necesaria mesura. Por ejemplo, las bodas.

Las bodas son una costumbre impenitente en el tiempo, que seduce hasta a los más descreídos de las supuestas cadenas del matrimonio indefinido, y no digamos del religioso. Ayer en estas páginas, Luis Sánchez-Moliní encuadraba por lo fino la boda del ministro de Consumo, Garzón, en el rito Disney. Décadas hay entre hoy y el enlace de aquel muñeco roto y Miss Universo, la malagueña Amparo Muñoz, por el rito balinés, que tuvo su pujanza entre los habituales del papel couché. Hoy se casan los ateos, los libertarios y los anti-vínculo, que al final pasan por caja: ese momento de gloria es muy tentador, y los que abjuran del tradicional matrimonio cristiano no lo hacen de su eventazo pagano.

Hablando de caja, las bodas son una de esas costumbres rituales o ritos de paso que han recuperado cierto sentido común. Lo dice uno que no se ha retirado antes de las dos de la madrugada de las bodas a las que he sido invitado: bodorrios multi-fase, de gitanas dimensiones horarias, de inversión de altos vuelos, en parte compensada con la recaudación de las transferencias a la pareja. Ahora las bodas tienen algo de yanqui: en verdes praderas con sillas blancas, a distancia unas de otras. O en playa otrora hippy. Pero ya en petit comité. Nada de masas ni servicio discrecional de autobuses que te llevan sereno y te devuelven amnésico. He sabido que está de moda que el contrato matrimonial se escenifique sin que haya contrato ni nada. Sí con fiestuqui, y tras años de amancebamiento. Sí con "sí, quiero", con vals encadenado a un rock and roll, y con lágrimas y pucheros. Con comilona y barra libre para treinta, y no trescientos. La boda Covid-19 es tiesa y en familia o allegados allegadísimos. Muchos padres respiran aliviados. También algunos invitados raretes.

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