Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Un bebé en el telediario

MI hijo, que ayer cumplió 21 meses, ha aprendido a avisarme cuando empiezan las noticias. Da saltitos de emoción y señala la pantalla con el dedo índice. Está en la edad digital mucho antes de que lo codifiquen. Oí su alarma y fui al salón para ver el sumario, los afanes del día. Se contagia de mi contento, como si conociera mis debilidades. Su madurez cada día me sorprende más. Y me encanta que por la calle se detenga y entretenga con las personas mayores, especialmente si se apoyan en bastones o caminan a duras penas. Pensará que esos mayores, desvalidos como él en sus movimientos, son niños de otro planeta que han venido para quedarse. Especialmente dadivoso se muestra con Clementina, la señora cacereña que siempre está sentada en la puerta de la tienda de comestibles que regentan sus parientes.

Esta vez debió notar algo raro, porque me avisó cuando oyó el clamor de las noticias y apagué el televisor. Abrieron el telediario con el único bebé que ha sobrevivido al naufragio de la patera frente a las costas de Almería. Lo adopté sobre la marcha como hijo mío, como hermano africano de mi hijo, que volvía a su cuarto a jugar con los coches y los lápices de colores. No voy a hacer demagogia con el G8 y las grandes potencias. Se me quitaron hasta las ganas de saber cómo iba la etapa del Tour, tan europeo en esta edición que han ido ganando en las sucesivas etapas un español, un noruego, un francés -¡un francés ganando una etapa del Tour!-, un alemán, un inglés y un italiano. Esos bebés arrojados al mar de los turistas después de sucumbir a la furia de la ola son un alegato contra la civilización. Algo no estamos haciendo bien. Niños de agua, como el moisés del episodio bíblico, tumbas de nana que los mecen entre los hipocampos y las sirenas. Quiero ser negro como Lorca en su poema de Nueva York y como las lágrimas negras del Cigala para acogerlos en mi seno de padre de mi hijo, de sus veintiún meses recién cumplidos. De sus padres, que no acudirán a ningún sitio para recoger firmas contra el causante de la muerte de sus niños. Que dejan el mundo más huérfano.

Ésa es la cruda realidad, no la de los discursos. ¿De qué huye quien huye a lo desconocido? Tiene que haber un cielo para ellos, Dios mío, que se fueron sin conocer las sombras del miedo, al infierno creado por sus mayores. Vidas dilapidadas, el llanto del apego, la sonrisa del bienestar, de la confianza. Que se metan el Euríbor donde les quepa. Un bebé sin nombre y en la Unidad de Cuidados Intensivos abrió los informativos. El único superviviente. Las almas de sus compañeros nos señalan con el dedo desde las aguas abisales, como mi niño cuando empieza el telediario.

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