De las barbacoas a los botellones

Antes de que alguien proponga un récord Guinness de los botellones en el Paseo Marítimo se deben cortar por lo sano

La playa de la Victoria y el Paseo Marítimo de Cádiz han entrado en una dinámica de peligro para las tardes y noches de verano. Se ha convertido en el nuevo botellódromo de la ciudad (y gran parte de la Bahía), sobre todo los fines de semana. Está llegando a un nivel alto de utilización que será imparable si no se frena ya. Lugares como los bajos del hotel Playa Victoria y la entrada principal se han convertido en la zona VIP de las reuniones juveniles, cada vez más concurridas. El fenómeno es semejante (a escala gaditana) a lo que sucede en Barcelona, donde las playas eran tomadas la Noche de San Juan y se quedaban cochambrosas; pero ahora todas las noches de fines de semana son sanjuanistas. El problema no es sólo pandémico, que también, sino que afecta al ecologismo gaditano, aquel que acabó con las barbacoas.

Porque vamos camino de eso: recuperar el espíritu de las barbacoas, pero todos los fines de semana. Esas barbacoas que provocaron el primer enfrentamiento entre los de Martín Vila, que no las querían, y los de Kichi, que las apoyaban. Hasta que se las cargaron por el lado verde. Hoy en día, los anticapitalistas de Adelante Andalucía, con Teresa Rodríguez a la cabeza, son los más verdes que hay, y hasta se lanzan requiebros con el Más Madrid (o Más País) de Íñigo Errejón. Por lo que es de suponer que Kichi no va a consentir tales abusos.

Antes de que alguien proponga conseguir el récord Guinness de los botellones en el Paseo Marítimo se deben cortar por lo sano. Digamos que se celebran a la hora en la que la hostelería está abierta y bien abierta, y no se montan para amenizar la espera hasta el toque de queda. Digamos que asisten chavales y chavalas de toda clase y condición, desde el pijerío finito hasta el anganguismo de peluquería, todos y todas con sus botines y bambas de Converse o Vans (auténticas o de manteros, tanto monta, como si son imitaciones de los chinos), y con sus bolsas de plástico, de dudoso destino, para las bebidas alcohólicas.

No basta con votar a los ecologistas y prohibir las barbacoas del Trofeo, cuando las clases populares okupaban la arena, aparcaban sus carritos mangados en supermercados, y levantaban campamentos efímeros, con la ficticia ilusión de vivir durante unas horas en un chalé bajo las estrellas. Noches de bohemia y de ilusión, de ambulancia y de colocón, con las navajitas plateás que a veces aparecían. En fin, algo horrible, que los herederos de don Fermín liquidaron por ser contrario a las buenas costumbres del pueblo soberano gaditano. A ver si ahora lo consiguen con los botellones...

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