Lo más seguro es que Kichi no pueda desconectar ni durmiendo mientras disfruta de su baja de paternidad. Sí se ahorrará firmar a todas horas, pero no se librará de las decisiones importantes, porque es imposible. Aún así, la impresión que ha causado al rubricar el decreto para dejar caer sobre la espalda del primer teniente de alcalde, Demetrio Quirós, las funciones que le son propias, sin dar más explicaciones, es que no piensa atender el móvil hasta después de Reyes. Sobre todo, a tenor de la furia con que su pareja ha llegado a maldecir "la mala leche y el cinismo" de quienes cuestionen la baja del alcalde. Más le valdría tomárselo con calma, porque este país no sabe vivir sin criticar al vecino de enfrente, y en su terreno existen además los agravios. El entusiasmo con que los asalariados se acogen a este derecho es directamente proporcional a las dificultades de los autónomos para disfrutar del mismo.

Es tan cierto que a Kichi le asiste todo el derecho del mundo como que el alcalde de Cádiz no es un empleado más del Ayuntamiento, ni de la Diputación, que es donde se ha tramitado su baja por estar dado de alta allí. Ni tiene horario, ni necesita fichar. No se trata de un destino o de un currante más. Además, nadie le ha contratado. El alcalde y diputado se supone que se presentó a las elecciones para gobernar y ejercer el poder por vocación, razón de más por la que Teresa Rodríguez estuvo tan desafortunada al destacar que Kichi "renuncia a una cómoda vida de profe de Secundaria", como si estos fueran unos vividores. Lo de Kichi no habría tenido más importancia si no es por la propia manera que tiene de concebir su cargo. Es obvio que tiene derecho, pero las circunstancias también cuentan. Basta con recordar la que le cayó al Gobierno este verano por pillarse unos días libres. Habría bastado con olfatear el ambiente, actuar en consecuencia y encajar las críticas. Pero esto último los anticapitalistas lo llevan fatal, como ha demostrado Quirós en su primera aparición como alcalde accidental, al volver a la casilla de salida -matando al mensajero- con la polémica del estadio Carranza.

Kichi no tenía prisa por pisar este charco, porque sabe que para el cadista el Carranza es un sentimiento amarillo que Manolo Santander elevó a lo más alto, no un apellido. Pero su socio Martín Vila, tan dogmático siempre, le recordó que la Ley está para cumplirla. Habrá que reconocerle algún día que, gracias a él, media España se ha enterado de quiénes eran los Carranza. El problema no ha estado en acatar la Ley, lo que no admite discusión. Lo que tiene delito es abrir varios frentes a la vez, en mitad de una crisis sanitaria y económica, con una vuelta al cole tan complicada y olvidando la necesaria pedagogía que requieren ciertos asuntos de calado. Ya puestos, podrían haber zanjado el asunto por su cuenta, sin marear la perdiz y sin tratar de arrastrar a la ciudadanía tras una decisión que no comparte. Pero al manipular el proceso de participación, sólo han logrado que el personal empiece a pensar que lo de Kichi no tiene nombre. Como con la baja, aunque tenga todo el derecho del mundo. Hay ocasiones en política en que lo mejor es no dar muchas explicaciones.

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