No había terminado de extinguirse la última llama del pebetero olímpico cuando ya estaba yo poniendo Netflix. La cita de Tokio 2020 (también llamada por qué no le ponemos el año verdadero que me lío) nos abandonó dejando el verano un poco menos divertido porque estas esperadas Olimpiadas han sido apasionantes. Y es que más allá de medalleros, de finales de infarto como la de 100 metros o del sacrificado maratón, en Tokio tuvo lugar un importante hito. En Tokio quedó patente más que nunca la gran falacia que encierra el mantra: el deporte no es política. Ana Peleteiro y Ray Zapata reivindicando el color, negro, de su piel; las gimnastas alemanas rebelándose ante la sexualización de su deporte; la lanzadora Raven Saunders jugándose la plata por los derechos de su colectivo (LGTBI); Tom Day enorgulleciéndose de ser gay y campeón olímpico. Deportistas poniendo su medalla al servicio de un mundo mejor ¿Qué es hacer política, si no?

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