En una sociedad (afortunadamente) democrática, con libertad de conciencia y de creencia parece lógico el dato que hemos conocido esta semana de que casi el 49% de los jóvenes de entre 18 y 24 años no se identifique con ninguna religión. ¡Aleluya! Pero no me malinterpreten, no celebro la pérdida de pujanza de ningún texto sagrado, de hecho, siempre he pensado que los dioses que los inspiraron no mueren, simplemente cambian de piel, vamos, que si Marx hubiera conocido el móvil con internet, a buen seguro, la religión se hubiera librado del apelativo del opio del pueblo. Lo que intento explicarles(me) es que el corazón me da saltitos no por el aumento de ateísmo, ya que siempre nos encargaremos de crear un dios al que someternos, sino por la valentía y honradez de las nuevas generaciones que no tienen miedo a mirarse, reconocerse y hablar sin eufemismos. Que de católicos no practicantes, por ejemplo, está este país lleno.

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