Tan elegantes resultan en la pantalla, tan zafias fuera de ellas. Tanto empeño que ponemos en controlarlas cuando son ficción, tanta desidia que exhibimos, incluso, presumimos, cuando es nuestra responsabilidad escribir el mejor final. Tanto análisis profundo sobre personajes, tantas líneas superficiales sobre las personas. Tantos pequeños y grandes dictadores señalando el camino correcto, corrompidos por el poder que les ofrece este nuevo tiempo tanto o más que su mesiánica heroína convertida en villana. “Yo sé la respuesta, yo sé la verdad, yo sé qué es lo que hay que hacer; es más, y os ordeno que lo hagáis”. La ficción ha alterado la realidad hasta tal punto que lo real se ha convertido en un anuncio televisivo incómodo, en una mala cabecera de serie que se puede saltar con el mando a distancia, en el volvemos en 20 segundos que corta una buena escena. Pero, ¡ATENCIÓN SPOILER!: cuando se despertó, la realidad estaba allí.

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