Las autoridades

La democracia, régimen de opinión, hace que el poderoso necesite algo de autoridad, siquiera moral

Haber sido alumno de don Álvaro d'Ors te deja para siempre una sensibilidad a flor de piel para la tensión entre la autoridad y la potestad. Del mismo modo que haber leído a René Girard te prepara para ver venir a la víctima propiciatoria entre las crisis miméticas crecientes; o haber frecuentado a Shakespeare te calibra el sismógrafo para las hondas perturbaciones de la legitimidad; o Dante te planta en el fiel de la balanza del imposible equilibrio entre el poder político y el espiritual, etc. Pero yo vengo a hablar de d'Ors.

La autoridad es el saber socialmente reconocido, el prestigio, el valor que se da a tu palabra; mientras que la potestad es el mando en plaza. Esto ahora mismo es clave porque el poderío lo detenta Pedro Sánchez, pero la autoridad, ay, es otro cantar. Antes de la crisis, cuando el hombre se desdecía impúdicamente y con su presunta tesis doctoral a cuestas, escribí un artículo alertando del problema que podría suponer para la presidencia del Gobierno su falta de credibilidad y su prestigio hueco.

Ahora ya lo sabe hasta el último en enterarse, que es el propio interesado. ¿Que cómo sé que lo sabe? Fíjense en la recurrencia con que informa que él toma las decisiones basándose en los dictámenes de los expertos. Son los depositarios del saber reconocido que así él reconoce que no tiene. Eso, por un lado, por el positivo, digamos. Por el extremo negativo, vemos el ansia cada vez menos disimulada de acallar a las voces discrepantes: a la oposición, exigiéndole una unidad sordomuda; al Parlamento, semicerrándolo; y hasta a las redes sociales más anónimas, con una censura subcontratada. No deja de ser un reconocimiento de que tu discurso no se consigue imponerse por el aura de tu excelencia y que la más mínima voz en internet te opaca y te desmiente. Si tuviese autoridad, además del altavoz de La Moncloa, no debería preocuparse lo más mínimo por los más mínimos. Al hacerlo, o se rebaja o, más exactamente, nos muestra cuál es su envergadura.

¿Hasta qué punto es necesario un substrato de autoridad cuando se dispone de toda la potestad, fortalecida, además, por las prerrogativas extraordinarias del decreto de alarma? Lo estamos viendo, por cuánto la ansía Su Persona. La política de los próximos meses, al menos para los que estudiamos con don Álvaro, va a ser un caso práctico de esta cuestión. (Lo malo es que no vamos a poder estudiarlo desde fuera.)

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