Un amigo mío, inspector de Hacienda ya jubilado, solía decir que cuando algún declarante le visitaba agobiado para una inspección, él le animaba diciéndole que a Hacienda no había que temerle, sino a las enfermedades. Por si no le había quedado claro, añadía que los problemas con el fisco eran contables, solo cuestión de números y lo que había que hacer era que éstos cuadrasen. Los números, efectivamente, acaban cuadrando, aunque sea de forma artificiosa e hipócrita, como contaba Muñoz Molina cuando realizaba el servicio militar y una de sus labores era controlar las kilocalorías de que constaba el menú de la tropa. Comiesen lo que comiesen, lo importante era que al final figurase el número de calorías recomendadas y asignadas, independientemente del alimento consumido.

Algo parecido pasará con la pandemia actual. Tarde o temprano, como ha ocurrido a lo largo de la Historia, el coronavirus será vencido, sea con una vacuna, sea con la inmunidad que llaman de rebaño (nombre nunca mejor puesto para algo que afecta al conjunto de la sociedad actual) o porque nada es eterno y hay un tiempo para cada cosa, como refiere el Eclesiastés. Los historiadores se encargarán de investigar y explicar a los afortunados que vivan para entonces qué fue lo que ocurrió realmente al inicio de la segunda década del siglo XXI, cosa que los contemporáneos nunca sabremos del todo ni cuál fue su origen. La verdad se sabrá con el tiempo como ha ocurrido con la llamada gripe española o las pestes medievales.

El coronavirus se controlará, pero no creo que desaparezca con él la auténtica pandemia que afecta al mundo actual: la necedad. No es nueva. Erasmo la elogió, aunque alguno la confundió con la locura, pero de ser endémica en su época, tal vez por lo limitado de las comunicaciones, ha llegado a ser una pandemia que afecta a gran parte de la humanidad. La vacuna para esta pandemia se llama educación y su efecto no es inmediato, sino a muy largo plazo. Aparte de su efecto retardado, no goza del apoyo necesario por parte de las autoridades competentes, que ven en ella un peligro para la estabilidad social.

El coronavirus tiene un poder limitado, como se está comprobando. Algunos han pasado la enfermedad sin darse cuenta siquiera. Todo depende de la inmunidad de cada persona afectada, pero la expansión de la necedad y la estulticia, continúa sin signos de desescalada.

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