ANTES de la catarsis que supuso para el deporte español Barcelona 92, las alegrías olímpicas que vi en mi Vanguard en blanco y negro o mi Telefunken Pal Color eran muy contadas. Uno veía deslumbrado el atletismo, con profusión de soviéticos y alemanes orientales junto a los estadounidenses. Y entonces, los podios españoles en atletismo fueron contadísimos, sonrojantes: la plata de Llopart en Moscú y el bronce de Abascal en Los Ángeles. Viendo las carencias de esa España que trataba de despegar, sólo cabía la resignación.

Tras Barcelona y las cuatro medallas en atletismo, las exigencias son otras. Hay un Plan ADO -los 368 becados recibieron 13,5 millones en 2007, un 53% más que en 2003, el anterior año preolímpico-. Y una legión de atletas nacionalizados. Quizá por ello a Odriozola se le llenara la boca: "Tenemos que romper el mito de Barcelona", afirmó antes de estos Juegos. Pronosticó que había "entre ocho y diez posibilidades serias de medalla" y veía en Paquillo, Marta Domínguez, Onyia y Pestano nuestras opciones de podio más serias. Este póker ha resultado ser todo un farol.

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