Atodo articulista, escriba de lo que escriba, aunque el tema sea aparentemente lejano a su persona, se le ven en cada columna las costuras del alma. En sus líneas se refleja no solo su pensamiento, sino también su actitud ante la vida, su manera de disimular e incluso los complejos. Suele (solemos) emplear un tono y un discurso para subrayar que es una visión imparcial, pero la mayoría no llegamos siempre a ser objetivos, descartando que la imparcialidad es sencillamente imposible, y no sé si deseable.

Así que, para que se sepa esta vez, el asunto que voy a tratar es directamente personal. Pero no exento, ni mucho menos, de trascendencia social.

Tengo una cuñada con discapacidad que ha vivido con nosotros durante más de una década. Ahora tiene plaza en una estupenda residencia (hay que pensar en el futuro), pero sigue compartiendo fines de semana, vacaciones y muchos viajes por toda España y Europa. Unos días antes de que se decretara el estado de alarma, y viendo la inminencia del confinamiento, decidimos que lo pasaría en el hogar familiar, con el acuerdo de la dirección de la residencia y el suyo propio, con el convencimiento de que sería lo mejor para todos. Lo mismo hicieron otros usuarios.

Durante dos meses lo hemos llevado bastante bien, alejando al virus, encerradísimos y con largas sesiones de cocina, series, alguna canción grabada a dúo, y cuando se pudo, con los paseos en las franjas horarias determinadas. Por su parte, en la residencia las cosas también iban bien. Ningún caso detectado de coronavirus, y con el personal aliviado de trabajo al haber menos residentes.

En medio de esa armonía y de pronto, llega una comunicación de la residencia, dando cuenta de una orden de la Consejería de Igualdad que obliga a la vuelta a la residencia de los usuarios que estén pasando el confinamiento fuera. Las razones que alega la Junta son incomprensibles pero la amenaza en caso de incumplimiento era cierta: la pérdida de la plaza, que por cierto hemos seguido pagando este tiempo.

Inapelablemente, ha vuelto a su ingreso, después de hacerse pruebas de no ser portadora para pasar con seguridad, y sin necesidad lógica, ¡de un confinamiento a otro!

El resultado es que ahora ella está allí, cerca pero lejos de su familia, sin todo lo que tenía en casa y sin posibilidad todavía de contactos ni de visitas hasta dentro de una semana, sin desescalada, sin horizonte seguro sobre cuándo podrá volver siquiera a pasear. ¿Es mucho decir que privada de los derechos que cualquier español tiene?

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