D IEZ lustros dan para mucho, o para poco según se mire. A principios de la década de los 60 del siglo pasado mientras Los Teen Tops inundaban de acústica rockera los locales musicales de la época con la pegadiza La larguirucha Sally, en El Puerto había un barrio dejado de la mano de Dios y de los mortales -siempre tenemos un barrio en El Puerto dejado de esas manos-, que pedía a gritos "un poquito de porfavó".

Tuvo que ser un vasco de Azpeitia y de figura esbelta, José Antonio Orbegozo Aizpuru el que, arremangándose la sotana que le delataba como hermano de La Salle, se pusiera a rebuscar entre la gente de posibles y no parara hasta que la calle de la Rosa y su entorno se vieran arropados por un señor Colegio.

Suele ocurrir en una ciudad como la nuestra, que llevamos siglos mirándonos el ombligo sin levantar la cabeza para no ver o no querer ver la realidad que nos rodea. Desde la cuna nos comportamos como unos perfectos cainitas con nuestros congéneres de la calle de enfrente, diría más, hasta incluso con el vecino de la puerta al lado.

En cambio otros como el Hermano Ignacio Javier, promotor y fundador de las Escuelas de los Hermanos de La Salle en El Puerto, rompió las leyes escritas y como los viejos rockeros, se subió a una imaginaria Harley para patearse la ciudad sin desmayo en su noble intento de llevar educación y formación a los que más la necesitaban. Y a fe que lo consiguió. Muchas generaciones de portuenses fuimos testigos de sus comienzos y ahora, pasado el tiempo, nos convertimos en notarios de una realidad que, aunque algunos lo intenten, no pueden esconder detrás de bambalinas demagógicas que no llevan a ningún sitio, si acaso, al lugar en el que ellos mismos permanecen sin rumbo cierto desde la época de las panarrias.

Este sábado 4 de junio finalizan en las instalaciones del Colegio, las actividades programadas en agradecimiento por estos primeros 50 años de vida dedicados a El Puerto y a los portuenses. Todos los que pasamos por esas aulas y nos dejamos la piel en sus patios de recreo tenemos ahora la oportunidad de ser agradecidos al margen de otras reflexiones, que en puridad deberían estar situadas en su verdadero contexto histórico. Por mi parte, mil gracias.

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