Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

El pasado miércoles se cumplieron cinco años de la proclamación de Felipe VI como jefe del Estado. Han sido, nadie lo duda, años difíciles, marcados desde el principio por el gravísimo deterioro ético, político y económico del país y, en lo que a la Corona se refiere, por el propio y creciente desprestigio de la institución.

Ya en su discurso inicial, Felipe fijó sus propósitos: si su mandato aspiraba a ser duradero, tendría que basarse en la observancia de "una conducta íntegra, honesta y transparente". Sólo así podría hacerse acreedor de la autoridad moral imprescindible para el ejercicio de su cargo. Las profundas reformas de fondo y de forma introducidas en Zarzuela acreditaron pronto, en este ámbito, la sinceridad de sus palabras.

La historia, que tiene algo de bromista, le quiso enseguida en la misma encrucijada que hubo de afrontar el primero de los Borbones. Es la deslealtad catalana, aquélla que acaso sin demasiada pericia atajó Felipe V, el principal problema que, tres siglos después, ocupa y preocupa al sexto Felipe. Han mutado, eso sí, los términos del conflicto: hoy no estamos ante una simple disputa dinástica; la Cataluña del siglo XXI, tácticamente republicana, anhela romper la baraja, independizarse de un Estado al que atribuye todos sus males. De ahí, también, la mayor trascendencia del envite: los que atacan ahora a la Monarquía pretenden en realidad quebrar el orden constitucional. Si cae el Rey, cae la Constitución y, con ella, la propia existencia de una España que se rompería sin remedio.

Desde esta perspectiva, cobra especial relevancia su intervención del 3 de octubre de 2017. Cuando todo parecía desmoronarse, él acertó a subrayar "el firme compromiso de la Corona con la Constitución y la democracia", "con la unidad y la pervivencia de España". Sin el carisma de su padre, pero con la preparación y la seriedad necesarias, Felipe VI no se ha apartado jamás de esa senda constitucional de la que se convierte en primer garante.

Al acceder al trono, empezó a correr el presagio de que Felipe V y Felipe VI acabarían siendo el primero y el último. Tal maldición tiene, sin embargo, su ensalmo: convencer a los españoles de que sus leyes fundamentales serán siempre mejor defendidas por un rey neutral y democrático.

Es lo que, a mi juicio ejemplarmente, lleva intentando hacer Felipe en estos cinco años. Ojalá que, para bien de todos, el talento y la fortuna le concedan muchos más.

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