Los primeros siete años del reinado de Felipe VI han sido de muchas complicaciones. Es la percepción recogida en la encuesta de Metroscopia que publicó el viernes este diario. Al revés que en el Génesis, los siete años de vacas flacas han venido por delante. Ahora se ignora si cambiará la suerte de este país y la de su jefe de Estado. Pero el mismo sondeo muestra un sólido prestigio del Monarca, a quien un 89% considera bien preparado, un 79% piensa que encaja bien las críticas, a un 78% le inspira confianza y para un 74% desempeña con acierto sus funciones. El CIS no pregunta por el Rey desde 2015, en uno de sus muchas lagunas recientes, así que son de agradecer estas referencias privadas.

Si se mira con detenimiento, quizá estemos ante el mejor Rey en varios siglos a pesar de la época que le ha tocado, en la diana del separatismo, en medio de las crisis generadas por la pandemia. Sin olvidar el envenenado legado de Juan Carlos I; comisiones, cuentas en paraísos fiscales, presunta evasión de impuestos, amantes despechadas utilizadas de testaferro que se quedan con fortunas por los servicios prestados… Además de las dificultades habituales de republicanistas antimonárquicos, Felipe VI ha tenido que gestionar la mala herencia recibida en el plano ético, renunciar a todo legado económico de su padre, retirarle la asignación y propiciar su salida de España. Y aun así, en ese capítulo es en el que recibe peor nota de aprobación de los españoles, con un 66%.

Y otro frente del que debe defenderse el Monarca es el de los ultramonárquicos, que ejercen acoso por exageración. Esta semana se ha colocado en cabeza de estos amores que matan Isabel Díaz Ayuso al insinuar que el Rey podría declararse objetor de los indultos a los sediciosos catalanes y no firmarlos. Ya lo hizo el rey Balduino de Bélgica en abril de 1990 al dejar el trono 36 horas para no ratificar la ley del aborto aprobada por el Parlamento de su país. La grotesca pretensión de la presidenta madrileña sería incumplir el artículo 62 de la Constitución española. Hay otros gestos más banales, pero también imprudentes. El presidente andaluz se inventó un escudo personal, en el que ponía la corona real española al escudo de Andalucía, que esta semana ha sido blanqueado por el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía al considerar que sólo lo utilizó (ilegalmente) una vez sin que mediara decreto. Se olvida el tribunal que el presidente lo usó en su solapa durante meses.

Lo mismo cabe decir de la concesión al Rey de la medalla de honor de Andalucía, con la que Moreno parece querer darse importancia a sí mismo. A la Corona española habría que dejarla tranquila en su función arbitral sin hostilidad ni cariños excesivos. A ver si vienen siete años de vacas gordas para todos los españoles. Con serenidad y la misma prudencia del Rey...

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