La tribuna

Juan Antonio González Romano

Hasta los 18 años y más allá

EL ministro de la cosa educativa, Ángel Gabilondo, ha dejado caer la idea de la posible ampliación de la educación obligatoria hasta los dieciocho años, frente a los dieciséis actuales. Sería el segundo aumento en las últimas décadas, ya que la Logse extendió la escolarización de los catorce a los dieciséis.

Es una evidencia que en España sufrimos el Bachillerato más corto de nuestro entorno, de tan sólo dos cursos. Logse mediante, se suprimieron dos años de Bachillerato, pero se mantuvieron y aumentaron los programas de las distintas asignaturas, lo que conllevaba que el alumnado tuviera que aprender lo mismo en la mitad de tiempo. Y fue que no. He llegado, incluso, a ver pegatinas humorísticas -o no tanto- que decían Si me tiene que atender un médico, que sea uno que haya hecho COU.

Después se ha intentado parchear el desastre con proposiciones pintorescas que, afortunadamente, han sido tumbadas por los tribunales. En esta línea, por lo tanto, aumentar los años del Bachillerato es una medida positiva. Lo que no está tan claro es que ese aumento se realice con obligatoriedad y - esperemos que no- alevosía.

Porque la medida no puede quedar en una ampliación del Bachillerato para todos, lo cual sería un tremendo error, a mi juicio. Por eso, creo necesario plantear algunas reflexiones acerca de otros aspectos que habría que tener en cuenta para afrontar con éxito esta propuesta.

Lo primero que hay que considerar es que la anterior ampliación hasta los 16 años ha arrojado muchas más sombras que luces a la educación española; sería redundante referir los índices de fracaso que nuestro sistema educativo alcanza en cuantos estudios serios se han efectuado en los últimos tiempos. Las ampliaciones de la edad por obligación afectan exclusivamente, no lo olvidemos, a quienes no quieren estudiar, ya que los que desean hacerlo pueden continuar sus estudios sin problemas. Y ya tenemos la experiencia desagradable de lo que supone mantener dos años a la fuerza dentro de las aulas a los que no tienen el más mínimo interés por los estudios: indisciplina, violencia, desprestigio y fracaso escolar.

El sistema ganó en cantidad, pero perdió en calidad. Y, hasta ahora, nada se ha hecho por compensar esta situación. Para que la ampliación de la escolarización obligatoria fuese correcta, debería llevar aparejada de forma indisoluble una mayor oferta educativa. La justicia, en el campo de la enseñanza, no es tratar a todos por igual, sino ofrecer alternativas para todas las posibilidades e intereses. Igualdad de posibilidades en el acceso al estudio, pero diversidad en la oferta para que cada cual aproveche sus potencialidades.

Tan digno y necesario es un fontanero como un técnico informático o un médico. La Logse tuvo como principal rémora la de no ofrecer esas alternativas para todos aquellos que, a los 14 años, habían decidido que las enseñanzas "tradicionales" no iban con ellos. Son esos los alumnos que se han dedicado a liquidar los deseos de estudio de sus compañeros (con perdón, pues poco ha sido el compañerismo de que han hecho gala) y a bajar los niveles hasta el extremo.

Contamos ya con la experiencia y el fracaso de la misma nos debería llevar a no volver a caer en los mismos errores, a pesar de que esta tendencia parece connatural a los encargados de la administración educativa.

La prioridad del sistema educativo, pues, debería ser ofrecer alternativas dignas a todo el alumnado. ¿Qué hay de malo en que los que se encuentran más capacitados o proclives a estudios profesionales lo puedan hacer desde los catorce o los quince años, para que se formen adecuadamente dentro de la enseñanza reglada? ¿No es positivo contar con profesionales bien formados? Finlandia, de nuevo, debería ser el modelo: una escuela conectada con la investigación; una investigación conectada con la empresa y el tejido productivo, de manera que el sistema educativo forme a los futuros profesionales de todo tipo que la sociedad demanda. Universitarios, sí, pero también técnicos electrónicos y mecánicos. Profesiones que en nuestro entorno gozan tanto de un elevado prestigio como de unas dignísimas condiciones económicas, pero que en España han sido siempre los peor considerados.

Tal vez por esto, parece que aún pesa en nuestros dirigentes la opinión de que lo que da votos es el "bachillerato para todos", aun a la fuerza. Una de las grandes tareas pendientes sigue siendo, y mira que se ha dicho veces, la de otorgar el prestigio que merece a la Formación Profesional. Y hasta que esto no se consiga, algo seguirá fallando.

Si la ampliación de la edad de escolarización obligatoria viene acompañada de diversidad en la oferta, bienvenida sea. De lo contrario, estaríamos ante aquello de "si no quieres té, toma dos tazas". Miedo me da.

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