EL año que ahora empieza viene políticamente marcado por las elecciones. El 24 de mayo se elegirán los concejales de todos los ayuntamientos de España -de ellos saldrán los alcaldes y los miembros de las diputaciones- y los parlamentos regionales de la mayor parte de las comunidades autónomas. A final de año, o a principios de 2016, habrá elecciones generales, cuya fecha concreta decidirá el presidente del Gobierno dentro de los márgenes legales establecidos. De las generales saldrán los representantes de la ciudadanía en las Cortes Generales (Congreso de los Diputados y Senado), que inmediatamente después designarán al nuevo presidente del Ejecutivo. Por lo tanto, lo que se juegan los españoles en los próximos meses es decisivo para su inmediato futuro. Su papel también lo es: la democracia hace posible quitar y poner a los gobernantes y da a los ciudadanos la última y definitiva palabra sobre su gestión. El instante en que un ciudadano deposita libremente su voto en una urna en la que compiten muy diversas opciones es el tiempo de mayor igualdad que cabe concebir en una sociedad compleja como la nuestra. De ahí la importancia del voto. La experiencia permite vincular las elecciones locales y autonómicas con las generales siguientes. De ahí la trascendencia de la primera cita electoral prevista, la de mayo, para votar a concejales y alcaldes. Los anteriores comicios locales y autonómicos, en 2011, supusieron un serio revés para el PSOE entonces en el poder, otorgando al Partido Popular un gran avance (control de los territorios y dominio de los principales ayuntamientos), que en realidad preludiaba el que conseguiría en noviembre del mismo año: mayoría absoluta en Congreso y Senado y, por tanto, conquista del Gobierno de la nación. Por eso son tan decisivas las elecciones de mayo próximo. Serán un test, no automático pero sí significativo, de la política que quieren los ciudadanos. Y marcarán la suerte de todos los partidos que concurren.