El poliedro

José Ignacio Rufino / Economia@grupojoly.com

La 'anglosfera' se expande

SI visitas la India, uno de los requisitos para no andar de cabeza es conocer algunas claves del lenguaje gestual de los indios. Por ejemplo, si uno propone algo a un nativo y éste mueve la cabeza de un lado al otro, como diciendo que no sin convicción, está aceptando el trato. Paralelamente, entender el inglés de un habitante de Delhi o Benarés puede depender mucho de la extracción social del mismo y, en cualquier caso, resultará tan pintoresco como resulta el acento que le ponen, en la versión original o en la traducida, a Apu, el del badulaque de Los Simpsons. La India no sólo tiene como idioma oficial un inglés que conoce miles de variedades y que la mayoría no habla properly, sino que se ha convertido en el auténtico bastión de la lengua de Shakespeare, para acabar de hacer del mismo el idioma hegemónico en los negocios, la diplomacia, la ciencia, el turismo o la cultura en este mundo global, tan grande y tan pequeño, de pronto. No digamos de internet: el 80% de las páginas web están en inglés. 4.000 millones de personas lo hablan en el mundo. No sólo los indios, cuya clase media es el verdadero motor de esta preponderancia lingüística, sino que también los chinos se esfuerzan en hablar inglés, dado que en eso llevan desventaja con India. Que hablen inglés, como dijo Thomas Macaulay en 1835, conseguirá de los indios que "se conviertan en ingleses en sus gustos, opiniones, moral e intelecto"..., aplíquense dichos logros al comercio mundial y respondan conmigo a la pregunta: ¿son listos o no son listos estos ingleses? No importa que haya más gente que habla chino que inglés: el idioma global es el inglés. Mejor dicho, el globish, la lengua de la anglosfera.

The Economist informa esta semana de la emergencia del globish, que Robert McCrum glosa en su libro Globish: cómo el inglés se ha convertido en la lengua del mundo, todavía por traducir al español. Como supimos por aquel impagable Cómo ser un extranjero, de George Mikes (al igual que Joseph Conrad, un inmigrante del Este aterrizado en Inglaterra), el inglés no se acaba de aprender nunca, y así te lo harán saber directa o indirectamente los patanegra de las Islas. Sin embargo, es flexible cual blandiblú, y permite ser malhablado mejor que ninguna otra lengua: spanglish, pero también singlish en Singapur o el inglés de un empresario de Corea del Sur son variedades útiles y comunicables entre sí. La clave para distinguirse en esa amalgama oral puede estar en la capacidad de bromear y, en general, en la expresividad: los mejores usuarios son más expresivos, más ricos en matices. Sea como sea, a cierta altura del curso, muchas certezas se desmontan, y puedes haber leído a Conrad y hasta a Faulkner en versión original, incluso no desentonar a la hora del té acariciando el corgi de tu anciana anfitriona, pero ser un matado con el globish en el Twitter. Damn it!

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