Notas al margen

David / Fernández

¡Qué ángel!

EL gaditano vive rodeado de una atmósfera impregnada de sentido del humor. Rara vez faltan unas gotas de ironía en su ágil respuesta ante cualquier manifestación por espontánea que ésta sea. Incluso si le da por ponerse solemne, parece que se está quedando con el personal. Está tan sembrao que a menudo hay que perseguirlo para pasar un rato inolvidable. Eso se dice, así nos ven. Cádiz ríe hasta de su sombra. Hasta en los entierros acaba uno por morirse de la risa aquí en Cádiz, la cuna del ángel.

Y por esa genuina manera de entender la vida, si a un gaditano le dicen que el año pasado se movieron seis mil millones en dinero negro o que un tercio de los nuevos parados de toda España son de la provincia, le dará un ataque de risa floja antes de sentir un escalofrío recorriendo su espina dorsal. La misma Cádiz sumergida que maldice el paro por la noche frente al televisor, de día trabaja en negro. Lo quiere todo y no aspira a nada porque no se toma en serio a sí misma. Los gaditanos odian que sus hijos estudien en aulas prefabricadas, reivindican más hospitales y claman por una ciudad de la Justicia del siglo XXI. Lo que no parecen dispuestos es a garantizar su porvenir con uñas y dientes. Si defendieran lo público dando ejemplo y denunciando cualquier actividad ilegal, empezando por el fraude laboral, les iría mejor. Pero la economía irregular está tan asumida, que a quienes respetan las reglas del juego se les queda la cara de tonto cuando se declaran a Hacienda y comprueban que a su vecino le sale más rentable escapar de su control. La Administración tendría que ser más implacable. Si hay algo que escuece tanto como los abusos, es el hecho de que queden impunes. Por ello cuesta entender que esté bien vista la economía sumergida como una gracia más que ahoga las posibilidades de futuro. Esto mismo denunciaron los empresarios de Cádiz esta semana con un informe demoledor.

Quienes se conforman al pensar que Cádiz sería un polvorín si no fuese por la economía sumergida se equivocan. Este vago argumento no sirve de consuelo para las miles de empresas que se ven arrastradas por una competencia tan desleal. Pero sí funciona de soporte moral para los fenómenos que desprecian los derechos de sus trabajadores, para quienes llevan su coche al taller ilegal y para el que presume de cobrar el paro y trabaja en el bar de la esquina. Así nos va.

Este constante atropello de lo razonable y este mirar hacia otro lado con tintes de filosofía de vida lleva a los gaditanos a aceptar un 40% de paro con naturalidad asombrosa. Por fortuna, el Ayuntamiento gaditano con su alcalde a la cabeza ha encontrado la pócima mágica para erradicarlo: ha decretado el estado de "emergencia social" y le ha pedido a la banca 43 millones de nada. Grandioso. Es verdad que con las barbacoas y su Dios del Carnaval ya dieron muestras de su clarividencia, pero este decreto es punto y aparte. Es más, ¿cómo no se le ocurrió antes a nadie? Como símbolo del ADN gaditano y de su gente más humilde, el alcalde se ha convertido en una ironía del destino. Su gobierno es un torrente preñado de contradicciones que cala hasta los huesos porque dibuja un panorama para llorar. Menos mal que en Cádiz la gente se ríe por no llorar como nadie, ¿no?

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