En tránsito

Eduardo Jordá

El alma de Europa

DA miedo comprobar el bajo concepto de Europa que tienen los partidos políticos que preparan las elecciones europeas. Europa inventó el alma, la polis, la democracia, el arte románico, el yo, la novela, la revolución, los sindicatos, el parlamentarismo, la Seguridad Social. Puede que estos logros nos parezcan muy poca cosa, pero dudo mucho que otros continentes estén en condiciones de ofrecer algo más. Oceanía, que sepamos, inventó el boomerang y las guirnaldas de flores, y tal vez el surf, pero por alguna razón pensamos que la lejana Oceanía tiene más vigor e imaginación que todo el continente europeo. Y lo mismo podría decirse de Asia y de América. Un continente que puede alardear de haber inventado a los Kinks, por ejemplo, debería sentirse mucho más seguro de sí mismo. Y si este continente inventó también el fútbol, el cine y los primeros prototipos de televisión, los europeos deberían sentir alguna clase de orgullo colectivo por su pasado común.

Pero Europa es hoy un continente desmoralizado y fatigado, escéptico y deprimido, acomplejado y autodestructivo. Muy poca gente parece dispuesta a reconocer el valor del patrimonio europeo, un patrimonio que incluye a figuras tan gigantescas como Stefan Zweig (un escritor cuyo rostro debería aparecer en todos los billetes de euro). Y lo mismo podría decirse de tantas y tantas cosas que forman parte de nuestra memoria común. La tragedia griega, el derecho romano, la poesía de los trovadores, las catedrales, las Leyes de Indias, Hamlet, Don Quijote, Fausto, Mr. Pickwick, Joseph Roth, Simone Weil: todo esto es Europa. Pero si preguntamos a cualquier becario Erasmus sobre estos nombres, lo más probable es que nos responda con balbuceos embarazosos o con gruñidos de sorpresa o con algún cliché leído en una revista barata de divulgación como Muy interesante.

Mal asunto, la abulia europea. Si hay un líder actual que tenga alguna clase de carisma, ese líder es Barack Obama, un hombre que parece hecho con herencias y tradiciones venidas de todos los continentes. Pero si buscamos un líder europeo que posea cierta grandeza humana o cierta solidez intelectual, nos podremos pasar horas sin encontrar ninguno. En el mejor de los casos, tan sólo aparecerá la grisura eficiente y sensata de Angela Merkel, nada más.

Hay quien dice que el Parlamento Europeo es un cementerio de elefantes, y hay algo de verdad en ello, pero sólo en parte, porque un cementerio de elefantes sólo está lleno de huesos, y los huesos no dictan leyes ni cobran sueldos, ni tampoco necesitan intérpretes y secretarios y asesores. La paradoja de Europa es que el cementerio está vivo, muy vivo. Y de momento, es lo único que dirige el continente.

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