Cuando al alcalde de Cádiz le sale el cofrade que lleva dentro, todo es posible. El resto del año, como casi todo quisqui, su fe permanece encerrada en el recuerdo más remoto ligado a su etapa como catequista, pero cuando se remonta a su adolescencia, delante del cortejo de La Palma, sólo le falta partirse la camisa: "Ambientazo en mi barrio en un Lunes Santo precioso. Banda espectacular la del Rosario. Orgullo viñero", proclamó tan ufano, a través de las redes sociales, como quien asiste a un misterio cósmico. Al llegar a oídos de su parroquia, el personal no pudo más que concluir: "Al final va a resultar que el alcalde, en lugar de ateo, era antiteo". Pero que nadie se confunda: que José María González vuelva a creer sería tan milagroso como el ascenso directo del Cádiz esta temporada. Y aunque todo es posible, el líder de Podemos perdió su fe durante su etapa universitaria y así se lo hizo saber al cura de confianza. Los adversarios del alcalde le afean que ahora sólo se acuerde de Dios en su semana de pasión, listo como ellos para pescar votos con la caña preparada. Le critican por una cosa y la contraria. Y lo que ignoran es que González Santos, según aquellos que lo conocen bien, es justo en estos días cuando es más fiel a sí mismo. La liturgia de su partido le impide acompañar al Nazareno en procesión con el bastón de mando, pero no le hurta la posibilidad de apreciar la costumbre popular y alquilar un puñado de sillas en Carrera Oficial para no perderse un detalle. Eso sí, él dirá que no es el regidor quien se sienta con los suyos a ver la Semana Santa, es el hijo, el padre, un gaditano más, el humilde devoto que acompaña a su madre en procesión. En su obstinación por desvincular política y religión, el alcalde y sus concejales dejan sin representación el balcón de autoridades. Como si se pudiera desgajar la Semana Santa de su dimensión religiosa, el primero de los gaditanos practica esta semana la misma filosofía que cuando acude al Carranza: en lugar de ocupar su sitio natural en el palco, opta por sentarse en el fondo sur a ver a su Cádiz, sin caer en la cuenta de que seguirá siendo el alcalde aunque lo vea desde su casa. Y de la misma manera que nadie pone en duda que sólo piensa en lo mejor para su equipo, también le desea lo mismo a los cofrades: "Ayer el tiempo acompañó y espero que así sea los próximos días -afirmó el Domingo de Ramos-. Para que quienes llevan todo un año esperando puedan disfrutar de nuestra preciosa Semana Santa". González empieza a creer y quiere ejercer como el alcalde de todos, cada vez con menos complejos.

La clase dirigente ya vive en modo electoral y Podemos lanza guiños -como los del Gobierno del PP a los pensionistas y las rentas más bajas con sus Presupuestos- mirando sin disimulo a las urnas. A modo de ejemplo, el Ayuntamiento izará la bandera trans, como siempre. Pero al coincidir este año el Día Internacional de la Visibilidad Trans con la celebración, ayer, del Sábado Santo, ha cambiado la fecha del izado para mañana, algo que hace tan sólo un par de años habría sido del todo impensable, aunque tampoco habría pasado nada, dicho sea de paso. El alcalde quiere ganarse el afecto de las hermandades sin perder el de los suyos. Ya no remarca tanto la diferencia entre lo político y lo religioso y no gasta tanto cuidado si se identifica con las tradiciones de Cádiz. Quien dice defender a la gente, no puede ir contra la expresión popular, por muy contraria que sea a su catecismo ideológico. González quiere representar a todos -y no sólo a los que le votaron- otro mandato más. Igual el año que viene sale bajo un paso con su duda a cuestas y sufriendo por todos los gaditanos.

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