NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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La España que pensó la Constitución aún arrastraba los ecos de esa tradición de los bárbaros francos salios que primaba al varón sobre la mujer a la hora de heredar la corona real. Japón queda muy lejos de aquellas tribunas germanas, pero su monarquía sálica no contempla que una mujer herede el trono, de tal modo que se ha abierto un gran debate allá en el Sol Naciente para que la princesa Aiko, de 24 años e hija del emperador Naruhito y la emperatriz Masako, sea la real sucesora y no su primo o su tío. Podría suceder algo parecido en España si la Princesa de Asturias tuviera una niña primero y, después, un varón, con el agravante de que en Japón bastará una mayoría simple de su Parlamento para cambiar la ley, mientras que aquí tendríamos que reformar antes la Constitución mediante una mayoría reforzada de tres quintos y posterior referéndum.
La España que pensó la Constitución suponía que un bipartidismo imperfecto dirigiría las alternancias en los gobiernos, de modo que valdrían los grupos catalán y vasco para apuntalar las mayoría simples de los dos grandes partidos, uno a la derecha, otro a la izquierda, y así sucedió hasta que irrumpieron Podemos y Ciudadanos, después Vox y, lo que es peor, medió la radicalización de Convergencia para situarse fuera de la Constitución. Con la vieja fuerza de aquellos partidos más uno o dos minoritarios se podrían haber alcanzado las mayorías de las grandes reformas, como ésta que atañe a la sucesión a la Corona, pero la fragmentación actual la impide.
De algún modo el canto del cisne de aquel consenso programado fue la aprobación de la ley que permitió la abdicación de Juan Carlos I, urdida entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, a quien el grupo parlamentario socialista ya comenzaba a bullir de republicanismo de la mano del entonces emergente Eduardo Madina.
Y aun así, la vida se abre paso, de modo que como es posible la circunstancia biológica –primero hija y, después, un hijo– habrá que reformar la Constitución o jugársela al azar mendeliano, porque la España del siglo XXI no aceptará la primacía masculina. Habrá quien proponga algún apaño de las leyes, un docto voluntario que se preste a hacer el ridículo con una absurda reinterpretación de la Constitución, pero eso no colará.
La España del siglo XXI tendrá que borrar ese sesgo masculino de una Constitución que, por lo demás, hace aguas al no garantizar una razonable estabilidad del Gobierno ante un Parlamento hiperfragmentado y un interminable vaciado de las competencia estatales hacia las autonomías.
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