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Los adanistas

En los toros, el público sólo ve un espectáculo de crueldad infligida, atrozmente, sobre el bruto

Uno de los signos de nuestro tiempo no es tanto el amor inmoderado a los animales como la repulsa de cuanto el hombre es y significa. Acaso sin darse cuenta, el hombre posmoderno ha transferido sus virtudes al reino animal, dejando para el ser humano sólo sus vicios y crueldades manifiestas. Alguien podría decir, no sin razón, que la culpa de todo esto la tiene Disney. Pero Disney no hace sino sublimar una tradición que ya era vieja en Apuleyo, y que resulta de humanizar y vivificar el mundo circundante. De lo que hablamos, pues, es de otra cosa. Y dicha cosa es la costumbre de deplorar la humanidad de lo humano, reduciéndolo a un esqueleto de ruindades y sevicias de las que el animal -al parecer- no sería capaz en modo alguno.

Todo esto debe vincularse, claro, a la profunda urbanización del mundo obrada en la segunda mitad del XX, y que Hobsbawn equiparaba a la llegada del Neolítico. El resultado es, entre otros, un radical desconocimiento del animal y su entorno. Y en consecuencia, una humanización, un tanto lacrimógena y mendaz, de las bestias. Ayer mismo glosaba aquí Carlos Colón, no sin ironía, el episodio del ciudadano inglés que abandonó a sus colaboradores en Afganistán, después de haber rescatado a sus perros y sus gatos. También era ayer cuando se daba noticia en estas páginas del Guardia Civil insultado en las redes porque estaba retirando a un gorrino -con perdón- de la vía pública. El problema no es, pues, que unos señores entretengan sus ocios insultando a un esforzado agente de la autoridad; el problema, mucho más hondo, es que esas personas (y el Occidente rico y melancolizado en general) ya no ven al servidor público retirando de la vía un obstáculo peligroso, sino sólo al gorrino en posición incómoda. Esta misma razón es la que, al cabo, terminará con los toros: el público ya no admira al hombre enfrentado a fuerzas que lo superan y que pudieran, con facilidad, aniquilarlo. El público sólo ve un espectáculo de crueldad infligida, atrozmente, sobre el bruto. Lo cual es aplicable, por idénticas razones, a la caza y su práctica, tan necesaria para la preservación del ecosistema.

El resultado de este proceso civilizatorio, que hoy nos lleva a hablar con nostalgia de la España vacía y otras duras realidades felizmente lejanas, es que hemos reobrado sobre el mito del Edén, sobre las figuras de Adán y Eva, atribuyéndoles las cualidades de la sierpe bíblica, y dejando a la serpiente como una interrogación, signo de misterio y rubro de pureza.

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