La cornucopia

Gonzalo Figueroa

El abuso del cobarde

UN juzgado de Barcelona ha condenado al joven que amenazó, insultó y atacó a una menor ecuatoriana una noche de 2007 en un tren de los Ferrocarriles de la Generalitat. El fallo, no obstante reconocer que el autor empleó "gran agresividad" y "violencia" en su acción, utilizando epítetos intimidatorios por su condición de mujer e inmigrante, injuriándola soezmente antes de golpearla, patearla en la cabeza y pellizcarle fuertemente un pecho, no admite el agravante de xenofobia, por lo que lo castiga con "ocho meses de prisión…multa de 360 euros… y a indemnizar a la víctima con 6.000 euros", junto a otras sanciones de menos trascendencia (El País, 19.3.09).

En una ponderada carta al director de dicha publicación, la conocida psicóloga barcelonesa Beatriz Salzberg manifiesta su protesta, expresando que "lo dicho en la sentencia es contradictorio en sus términos, porque niega la xenofobia, al mismo tiempo que con su explicación, la describe", agregando que "si renunciamos al valor de las palabras… disminuimos la responsabilidad personal y social de los hechos y desvirtuamos el funcionamiento de la democracia y de sus instituciones". La levedad del correctivo aplicado a este cobarde racista queda, además, de manifiesto si se lo compara con la acusación del fiscal de la causa, que "solicitó para él tres años de cárcel", al apreciar "el agravante de xenofobia".

Basta recordar los preceptos del Código Penal vigente para coincidir plenamente con las críticas aquí consignadas. En efecto, el Art.22,2ª, considera como circunstancia agravante de la responsabilidad criminal el "abuso de superioridad", ya que el autor aprovechó para la comisión del delito, la "notable desproporción de fuerza entre el delincuente y la víctima". Y debo añadir que el precepto del Art.22, 4a dispone que constituye, también, una circunstancia agravante, "cometer el delito por motivos racistas", que define como "discriminación por la etnia o nación a la que la víctima pertenezca". La claridad de estos términos hace innecesaria cualquier acotación complementaria al respecto.

"Sí, soy judío, y cuando los antepasados de este honorable caballero eran bestias salvajes en una isla desconocida, los míos eran sacerdotes del templo de Salomón". Así replicó el genial político conservador inglés Benjamín Disraeli (1804-1881) a un opositor suyo durante un agrio debate en la Cámara de los Comunes. Por su parte, nuestra indefensa y agredida ecuatoriana es, quizás, noble descendiente de un altísimo dignatario del imperio incásico que, en el primer cuarto del siglo XVI, tuvo su capital en Quito.

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