El nuevo delegado del Gobierno en Andalucía, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, ennobleció el arte de la política durante la toma de posición de su colega José Pacheco como subdelegado del Gobierno en la provincia, cuando explicó que tenía muchas ganas de que llegara ese momento, justo en Cádiz, para felicitar a éste y a la vez ofrecer un abrazo público al subdelegado saliente, el popular Agustín Muñoz, que estaba sentado en primera fila, como un solo hombre, rodeado de todos los cargos públicos del PSOE de la provincia. "Tenía especial ganas de darle las gracias a Agustín Muñoz -se arrancó el delegado en un gesto sincero- cuya labor ha sido más allá de ejemplar. Ya le di un abrazo en privado, pero quería hacerlo en público con este gran servidor". El ambiente más respetuoso se apoderó de la sala porque estos piropos no son frecuentes entre rivales. Muñoz declinó el uso de la palabra para no robar protagonismo a Pacheco y el acto concluyó sin más historia. Ni menos, porque Gómez de Celis no olvidará que el mismo día que ocupó el lugar de Antonio Sanz, coincidió con un fin de semana especialmente complicado en lo que a la llegada de migrantes se refiere. Tanto Sanz como Muñoz se pusieron a su disposición y le acompañaron a Tarifa con total lealtad institucional, la misma que resaltó el nuevo delegado.

La delegada de Mujer, Ana Camelo, también se despidió con un gesto cariñoso de Muñoz, con quien ha coincidido en algún que otro acto contra la violencia machista. Y su relación también ha sido más que correcta con el delegado de la Junta, Juan Luis Belizón, entre otros muchos cargos, demostrando unos y otros que en el cara a cara se palpa que todos nuestros representantes persiguen el mismo fin, aunque luego se dejen llevar a la ligera por las descalificaciones. Si en público mostraran el mismo compromiso institucional y la misma educación que en privado, el tono de crispación se rebajaría. Pero en lugar de debatir y dejarse de pamplinas, nuestros representantes prefieren pervertir la realidad. Y hoy llega a tal grado la tensión política, que Pacheco ha protagonizado su primer desencuentro con el Ayuntamiento antes, incluso, de tomar posesión. Hace tanto tiempo que el diálogo y el debate desaparecieron de la escena pública en favor del navajeo y la zancadilla, que ya se viven como algo natural. Y de este clima envenenado se contagian todas las esferas de la sociedad. Hasta tal punto, que el sectarismo empieza a ser preocupante. Se puede comprobar por el público que asiste a la conferencia de cualquier representante de la cosa pública. Por norma, el conferenciante es seguido por quienes opinan como él, da igual que sea un político, un empresario, un sindicalista, o el almirante de la flota de la Armada. Por muy sólidos que sean sus argumentos, es imposible que convenzan a quienes opinan diferente, sencillamente, porque ni siquiera están dispuestos a conceder la oportunidad. Esto empobrece a la ciudadanía en su conjunto porque si no nos escuchamos, si nuestros dirigentes no se enteran, es difícil aprender algo nuevo y progresar. El respeto y la educación tendrían que estar siempre vigentes entre quienes han de dar ejemplo, sobre todo a la hora del relevo. Pero la clase política carece de la sensibilidad necesaria. Teófila Martínez, por ejemplo, ya tendría que tener una avenida a su nombre. (Y Mágico González, por cierto). Pero el ambiente está tan enrarecido, que incluso lo podría considerar como una trampa o, algo peor, una ofensa, viniendo el gesto del rival. Falta mucha cultura del consenso.

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