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Rafael Sánchez / Saus

Lo que el aborto esconde

LA legalización del aborto libre por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos en 1973 supuso un giro decisivo en la legitimidad social de esa práctica. Y no sólo en América, pues la influencia cultural norteamericana, en años de fuerte predominio de la intelectualidad de izquierdas, permitió una rápida expansión de los argumentos abortistas en países cuya opinión pública se había mostrado hasta entonces fuertemente contraria. Aquel triunfo judicial fue posible gracias al caso conocido, según la terminología anglosajona, como de Roe contra Wade, siendo "Jane Roe" el pseudónimo asignado a Norma McCorvey, una joven embarazada a quien las leyes del estado de Texas no permitían abortar.

McCorvey había recurrido a dos abogadas proabortistas que consiguieron conmover a la opinión pública y al jurado presentando el embarazo de su cliente como el producto de una violación por una pandilla de maleantes. Después de Texas, el Tribunal Supremo dictaminó la modificación de todas las leyes federales y estatales que impedían o restringían el aborto. Sólo el feto "viable", el que puede vivir fuera del útero materno sin ayuda artificial, quedaba protegido de la libre decisión de la embarazada.

En 1987 Norma McCorvey admitió que nunca fue violada y algunos años más tarde, tras convertirse al catolicismo, denunció el modo en que su situación había sido utilizada por el lobby proaborto. En 2005 pidió sin éxito que se revisara su caso alegando los daños, hoy bien conocidos, que el aborto provoca a las que, junto con los fetos, son sus víctimas: las mujeres. Para entonces, Sarah Weddington, la abogada que consiguió la sentencia del Supremo, había declarado públicamente en 1993 que si su conducta "pudo no haber sido totalmente ética", tuvo buenas razones para actuar así. Un año antes, Hugo Hefner, fundador y propietario de Playboy, reveló al Miami Herald que "probablemente Playboy estuvo más involucrada en Roe contra Wade que cualquier otra empresa. Nosotros aportamos los fondos para esos primeros casos".

Más allá de las razones antropológicas que hacen deudoras de la cultura de la muerte a buena parte de la izquierda y de la derecha neoliberal, no puede ignorarse el apoyo que las legislaciones abortistas han recibido de la poderosa industria del sexo. Negocios boyantes y en continuo auge como la prostitución, la trata de blancas y la pornografía necesitan para su medro de la licuación moral de la sociedad y de la mayor permisividad en todo lo que roza su esfera, antes delictiva. Hace unos días la prensa reflejaba con asombro que sólo la prostitución mueve al año unos 18.000 millones de euros en España. Desconectar estas realidades, que pocas veces se relacionan, priva al debate sobre el aborto libre de un aspecto esencial. En esto, como en todo, para muchos lo primero es el negocio.

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