A las pocas horas del anuncio de la abdicación del Rey se había saturado la noticia y estábamos ahítos de lo mismo. Es de comprender que las abdicaciones, voluntarias o forzosas, son de tarde en tarde y tenemos la impresión, o la tienen la gente ingenua, de que ha sucedió algo insólito que cambiará el futuro de España. Los medios de comunicación, por deformación profesional, se agarran a la última hora hasta caer exhaustos, aprovechando que la clientela aumenta con las noticias infrecuentes. No nos hagamos ilusiones porque una maldición china previene de los tiempos interesantes. Las monarquías, sin son estables, son sistemas políticos bastante buenos que se inventaron para evitar los sobresaltos de las coronas electivas. Pero, inevitablemente, un cambio de rey creaba expectativas de un futuro distinto que casi nunca se cumplía y, cuando se cumplía, era por lo general porque había subido al trono un rey peor.

Al que escribe le es bastante indiferente la monarquía como sistema. Se acercan más a la idea que tenemos de un monarca los presidentes de Francia o Estados Unidos, que los actuales reinantes, quienes, salvo en Inglaterra, han perdido misterio y se han convertido en personas comunes. Pensemos que un rey, con independencia de la persona que lo sea, es un símbolo institucional que debe aparecer rodeado de otros símbolos del poder y de un ceremonial complicado, como una liturgia que recuerde su antiguo carácter sagrado, y que la población se sienta representada por unas figuras institucionales que den prestigio a la nación y al pueblo. De esto nos olvidamos: por democrático que un sistema sea, resiste mal verse representado por personas que no inspiran respeto porque denotan poca entidad, tanto en monarquía como en república. Los cargos transmiten una dignidad y el dignatario debe prestigiarla.

Renunció Alfonso XIII y todo fue a peor. Murió Franco y todo siguió un poco igual. Jurará Felipe VI y es muy improbable que haya cambios radicales. La gente se ilusionaba en otros tiempos con los cambios de rey. Ilusión breve. Sé que las novedades son solo aparentes, por olvido del pasado, y que -la frase no es propia- de cada 1000 cosas que parecen avances y progresos 999 retroceden. Uno verá en televisión la ceremonia laica de la Jura -los reyes de España no se coronan, juran- y se convencerá aún más, como Alcalá Zamora, de que una república no es más que una monarquía sin rey.

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