El próximo 15 de noviembre Netflix estrenará nueva temporada de The Crown, la excelente serie que nos está contando la historia del mundo vista por los ingleses con la excusa de narrar la vida de su actual Reina Isabel. Hay que reconocer a los habitantes de esa isla donde el invierno termina en Julio y comienza en agosto en palabras de Lord Byron, una habilidad especial para imponer su discurso cultural al igual que lo han hecho con su idioma. No hay año en que no se estrene alguna película basada en su historia entre las favoritas del público. A Churchill, protagonista de muchas de ellas, hemos acabado por conocerle mejor que a Adolfo Suárez ; sabemos de la gloriosa batalla de Dunker pese a que fue un desastre en todo regla, mientras que victorias como Lepanto nunca han dado el salto al audiovisual ; recordamos al espía Lawrence de Arabia como el protagonista de uno de los mejores largometrajes de la historia, al tiempo que catalogamos de facha a quien sugiera hablar de Blas de Lezo ; silbamos la banda sonora del Último Mohicano y consideramos que Hernán Cortés , Núñez de Balboa o Pizarro no son personajes atractivos por políticamente incorrectos. Los británicos son tan conscientes de que deben contar lo que son, y tan hábiles cuando lo hacen, que son capaces de convertir la tartamudez de un Rey en un hecho casi legendario (El discurso del Rey); sus disputas internas con Escocia en aventuras para todos los públicos (Braveheart) o a su hierática Reina en una abuela entrañable (The Queen).

Ahora con The Crown han logrado lo que parecía imposible , que espectadores de todo el planeta se sientan atraídos y simpaticen con la familia más siesa y antipática del mundo: los Windsor . Porque es milagroso que tras las temporadas emitidas , uno acabe encariñado con el débil , pero bien intencionado Príncipe Carlos (récord mundial en el puesto de suplente ) ; que la Princesa Margarita se convierta en una rock star capaz de intervenir con acierto en la política internacional ; que el Príncipe de Edimburgo sea sólo un hombre enamorado que a veces se aburre; y por supuesto que la Reina sea la dirigente perfecta en un mundo lleno de dificultades. Viendo el ejemplo británico de cómo hacer de su historia, la de todos, me pregunto cuándo llegará el día en que los españoles tengamos la mitad de su orgullo propio, dejaremos de pensar que nuestra trayectoria es decadente y seremos conscientes de que la vida de los Borbones es mucho más divertida que la de los Windsor.

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