Ahora que cualquiera se monta en el bar de su universidad o en la tasca de su pueblo un referéndum contra la Monarquía, yo voto por el Imperio. Hace cien años se republicanizó Austria, pero hay un 20% de austriacos, según las encuestas, que añora al emperador.

Con todo, lo importante no es el número, sino las razones. Tras la I Guerra Mundial, el Imperio Austrohúngaro se hizo añicos en cuatro repúblicas: Austria, Hungría, Chequia y Eslovaquia; y en cuatro anexiones que engordaron a Italia, Polonia, Rumanía y Yugoslavia. Se perdió una belleza y un ejemplo de integración multicultural que ya quisieran los progres. Además, un elemento de equilibrio, puente entre norte y sur, entre oeste y este. Era el corazón de Europa. (La cabeza es España y el rostro con que mira es Portugal, según Pessoa, y ¿quién soy yo para discutírselo?) La princesa Bibesco decía a menudo que la caída de Constantinopla era una desgracia que le había sucedido la semana pasada. La caída del Imperio Austrohúngaro es otra desgracia, que nos ha sucedido ayer. Nosotros vamos con Otto de Habsburgo que, cuando le dijeron que ponían en la tele un partido de fútbol Austria-Hungría, preguntó: "¿Contra quién?".

Los argumentos a favor de una restauración son variados. Su mítica posibilidad, factible tras la unificación de Alemania, aunque Austria pretende más humildemente una jefatura de estado sobre seis países (Austria, Hungría, Chequia, Croacia, Eslovenia y Eslovaquia) que respete cada soberanía y cada democracia, pero que fomente una integración más intensa y ejerza un peso específico en la UE. Están, además, la fuerza de la historia; la autoridad moderadora; la familia y la herencia en la cúspide de la sociedad, didácticamente; etc. También lo que el emperador Francisco José I, más directo, confesaba: "Protejo a mi pueblo de los políticos".

Añado, si las leyes de la memoria histórica me disculpan, la memoria de un jovencísimo García Serrano dándose cuenta, en los primeros días, de que iban a ganar la guerra civil al ver que los republicanos se dedicaban a cavar trincheras, mientras que ellos sólo querían avanzar. Quien se defiende, pierde. Aunque sólo sea para sostener idealmente los valores aparejados a la monarquía, ¡bien por la Alianza Negro-Amarilla que enarbola la bandera de los Habsburgo! Y nosotros, a ver si nos ponemos las pilas (como mínimo, las sentimentales) con la Monarquía Hispánica.

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