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Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Votar o votar

HAY desencanto entre la gente con conciencia política por la crisis democrática de la legislatura en campaña que concluye el domingo. Sería grave que semejante inquietud fuese traducida por los profesionales de los partidos como un remilgo intelectual, porque entonces podríamos extender el "muera la inteligencia" de Millán Astray al "muera la política". Volveríamos a la prehistoria de la ilustración y coincidiríamos con quienes confunden la formación para la ciudadanía, como se ha oído en algún mitin, con la enseñanza obligatoria de una ideología determinada a los niños andaluces…

El politólogo americano W. Russell Neuman teorizó hace un par de décadas, en su libro The paradox of mass politics, sobre la democracia-mediática, donde la interacción entre políticos y ciudadanos se somete a las reglas del espectáculo. La mayor paradoja aparece en el divorcio entre la cultura de la sociedad civil mejor formada políticamente y las prácticas de los políticos, que prefieren el gran público de las audiencias antes que suscitar la libertad crítica ciudadana.

Christopher Lash hablaba de la "rebelión de las élites". La degradación de la política, venía a decir, lleva a la deserción de los mejor preparados políticamente…, contradicción que calificó de "traición a la democracia". Si se van los mejores -muchas veces los espantan o los echan-, la democracia cae en la especulación de los profesionales de la representación y en el cabildeo de los grupos de presión. La débil democracia española ha sido asaltada por legiones de vendedores de peines, con desprecio a las señas de identidad ideológicas y un radical descompromiso cívico que la han convertido en una democracia pobre de intereses bipolares.

Sin embargo, el voto es ahora necesario para deshacer el empate técnico de poder y oposición, porque, a pesar de expresar concepciones distintas, unos y otros se enzarzarían de nuevo en mover la aguja de la balanza hacia un fiel donde se pierden las fidelidades y se soportan los sobrepesos de las medias verdades más gordas. Votar puede servir para que las urnas sean el reflejo de la opinión pública, que ya es bastante, pero también para definir mayorías más nítidas y evitar las hipotecas de los equilibrios parlamentarios inestables. No son soportables otros cuatro años de violencia política.

Resta, como mecanismo último de la soberanía popular, acudir a votar, elegir… Escoger, entre la cera que arde, a quien mejor pueda alumbrar un futuro al que siempre le salen, en vísperas de urnas, expertos en ponerle negros nubarrones o, en atención al cambio climático, sequías pertinaces. Para que el calentamiento del planeta no se agrave con el enfriamiento de las ideas, no perdamos el último resorte de poder que nos queda: la capacidad de decidir.

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