Escribió Jardiel Poncela: "He aquí un ciudadano que ama a su patria; he aquí un ciudadano a quien su patria no amará nunca". El aforismo, cargado de un escepticismo supremo en años convulsos, cobra ahora actualidad cuando mes y medio después de las elecciones generales España sigue sin gobierno porque la laxa legislación constitucional -está claro que quien tramó la ley cinceló la trampa- ha permitido jugar con el calendario, contemporizar hasta la celebración de los siguientes comicios, constituir ayuntamientos, generar otros pactos y pasear por los jardines de Moncloa silbando al aire como quien, estando en funciones, no tiene nada que hacer. Mientras, al ciudadano de a pie le entran ganas de declararse en funciones cuando Hacienda presente su próxima campaña o de silbar al aire cuando haya una nueva convocatoria electoral mostrándose como un votante en funciones.

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