La ciudad y los días

carlos / colón

Vivir 120 años, ¡UF!

ALGUNAS de esas revistas que se dicen científicas, tanto prestigio tienen y tantos puntos canjeables por ascensos académicos dan, están recordando demasiado al profesor Franz de Copenhague de Los inventos del TBO. Hace unos días comentábamos el petardo que una de ellas metió psicoanalizando a los lectores de Harry Potter. Ahora se han descolgado con la especie de que la ciencia puede hacernos a todos centenarios. Y se ha paseado por periódicos, radios y televisiones -porque para los medios lo que digan las revistas científicas son palabras tan divinas como los latinajos de la Mari Gaila de Valle-Inclán- el fantasma de Madame Calment, fallecida a los 122 años. ¡En el futuro todos podrán ser Madame Calment! Y entran sudores.

Conste que no lo digo por mí: además de pertenecer a este presente que tiene la expectativa allá por los 80, servidor se descuida lo suficiente como para que en su funeral haya unos cuantos de esos malajes que, encima de lo desagradable que es morirse, le echan la culpa al difunto. Pero no puedo evitar pensar en el triste sino de los futuros sevillanos que vivan 120 años. Se encontrarán con una Semana Santa que cuando eran jóvenes ya duraba dos enteras (la de las vísperas y la de verdad) y que a su tardía muerte, un siglo después, probablemente durará un mes y contará con 258 cofradías -ni una más ni una menos-. A este Mes Santo seguirá una feria de mayo (porque en abril no cabía) de tres o cuatro semanas. Pero esto es lo de menos. Lo peor es que, sean o no sevillanos, estas criaturas centenarias tendrán que trabajar como mínimo hasta los 110 años. Si ahora la cosa casi no da para pensiones, ya me contarán cómo se las apañarán los gobiernos para garantizar las pensiones de los matusalenes en que la ciencia habrá convertido a estos mortales de larga duración.

A nadie, se muera a la edad que se muera, le apetece el trance. Recuerden al eclesiástico agonizante al que consolaban diciéndole que en breve estaría en la Casa del Padre, a lo que el pobre hombre replicaba: "Sí, pero como en la de uno…". Pero no hay que exagerar. Lo siento por las gentes de ese futuro más o menos remoto. ¡Qué c… les espera! ¡Qué largo se les hará! ¡Qué apetecibles les parecerán los hermosos versos de Spenser que Joseph Conrad ordenó poner en su tumba: "Tras el trabajo el sueño, el puerto tras los mares procelosos, la calma tras la guerra, la muerte tras la vida, placen mucho".

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