En tránsito

eduardo / jordá

¡Viva la constitución!

EN una de las grandes películas de Carlos Saura -Llanto por un bandido- se veía a un oficial liberal de comienzos del siglo XIX, partidario irreductible de la Constitución de Cádiz, gritando "¡Viva la Constitución!" en medio de un secarral andaluz. Nadie le oía, nadie le prestaba atención, pero allí seguía el gran Agustín González -ése era el actor-, gritando en medio de la nada algo que casi nadie entendía ni sabía para qué servía. "¡Viva la Constitución!" ¿Ha habido en España un grito más melancólico, más incomprendido, más desamparado que éste?

Nuestra historia constitucional ha sido muy corta -la Constitución de Cádiz sólo estuvo en vigor cinco años mal contados-, lo que explica los gritos desaforados de aquel militar liberal que luchaba por imponer unas ideas que a la mayoría del pueblo -atrasado e inculto- le traían sin cuidado. Lo que la mayoría de la población quería en 1812, por desgracia, no era la libertad de imprenta ni la soberanía de la nación, sino mejorar de vida y vivir con un mínimo de esperanza. Y eso mismo es lo que ha ocurrido durante todos los periodos constitucionales que hemos disfrutado, siempre breves, siempre truncados. Y en este sentido, basta pensar en la nonata Constitución Federal de la Primera República, en 1873, o en la Constitución Republicana de 1931, que se proclamó "de izquierdas" y que no quiso defraudar "las ansias del pueblo", pero que no logró contentar a la Iglesia ni a los partidos conservadores, lo que junto con los muchos errores de la clase política de entonces, tanto a derecha como a izquierda, llevó a la inexorable guerra civil.

Los constitucionalistas de 1978 eran muy conscientes de todo esto cuando redactaron una Constitución que no pretendiera contentar tan sólo a una parte de la nación. Por eso diseñaron un modelo fundado en el consenso que exigiese también un amplio consenso para cualquier reforma posterior. Gracias a ello, la Constitución de 1978 ha sido la más larga y la más aceptada de todas las que hemos tenido. Tiene imperfecciones, por supuesto, pero ni de lejos es ese armatoste antediluviano que algunos dicen que es. Y por suerte para todos, esta Constitución ya forma parte de nuestra vida, y la hemos interiorizado como algo normal, igual que el fútbol y las cervecitas. Y no es mala noticia, ni mucho menos, sino todo lo contrario.

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