Notas al margen

David / Fernández

Vamos a llevarnos bien

LA irrupción de los partidos emergentes ocasionó tal subidón del estado de ánimo del personal, que no se recordaba algo parecido. Han sido demasiados los años en que la sociedad, sometida al imperio del bipartidismo, asistía en plena crisis a los bochornosos escándalos de corrupción y a los continuos abusos de unas instituciones más pendientes de servir a los gobiernos de turno que a la ciudadanía. En las pasadas elecciones, por tanto, el puntapié que se propinó al bipartidismo fue tan severo que apenas se reparó en que había ayudado a consolidar la democracia, a que este país se transformara, a que la economía se expandiera y a que se respetara la singularidad de cada territorio. La indignación ante las formaciones más clásicas caló tan hondo que se les culpó de todos los males. Una tremenda corriente eléctrica contagió a unos a otros la ilusión de que pronto tendríamos un país nuevo y que entre todos se superaría el bipartidismo a fin de que ningún partido pudiera imponer el ordeno y mando en adelante. Ante la nueva pluralidad del Congreso, el ciudadano de a pie quiso pensar que los grandes acuerdos se impondrían en las decisiones trascendentales, como en la Transición, porque los partidos no tendrían más remedio que pensar en el interés necesario antes que en el suyo propio.

Pero nada más lejos de la realidad, como se vio esta semana con el enésimo plan industrial para los astilleros gaditanos al retratar a nuestros representantes flotando por encima de los problemas y acusándose entre ellos de deslealtad. ¡Qué nivel! Los partidos siguen más atentos a velar por sus intereses que a afrontar los grandes retos desde el consenso. El porvenir de los jóvenes, el paro, el futuro del sector naval, la inactividad del muelle y la decadencia del casco antiguo, al parecer, son cuestiones menores que pueden esperar. Al fin y al cabo, el desencanto y el conformismo forman parte del paisaje porque aquí se vive de lujo, ¿verdad? Los partidos emergentes, a poco que han perdido su virginidad política, se parecen tanto a los de siempre que una parte del electorado -a la vista del enchufismo imperante, su modelo organizativo, sus modales y sus conductas- cuando piensa en las negociaciones entre sus líderes las asocia a la famosa sentencia del Peña en los míticos Tres Notas Musicales: "Vamos a llevarnos bien… lo que haya que llevarse".

En mitad de esta farsa parece imposible que el PSOE llegue a un acuerdo con Podemos mientras que Pablo Iglesias siga sin mostrar su rechazo al principio de autodeterminación. Y por la gran coalición entre un PP tan ausente y un PSOE tan miope no apuestan ni sus militantes. Lo único que ha quedado claro es que Ciudadanos y Podemos no se conformarán con mejorar el sistema. Su ambición les empuja a sustituir a las formaciones más clásicas en el centro del tablero, lo que imposibilita el acuerdo. Las urnas exigen un esfuerzo a todos para solucionar los problemas de la gente. Pero todos han optado por atrincherarse sin aportar soluciones. Mientras éstas llegan, los más radicales tratan de alimentar una guerra de símbolos en un país donde la carga ideológica apenas sí tenía espacio para abordar el derecho al aborto y el pacto por la educación. Ahora resulta que todo vale para ocultar la ineficacia en la gestión: lo mismo una bandera, que la fiesta de los toros, que el Día de la Hispanidad. Y entretanto, el Defensor del Pueblo recordaba este jueves que miles de personas siguen sufriendo la crisis en carne viva. Aunque por lo visto, para estos males ninguno tiene remedio.

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