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Vagón de cola

Si el coche infantil fuese al final del tren, nos recordaría que la demografía es el vagón de cola

Cada viaje que hago en el atestado Alvia que comunica Cádiz con el mundo, se me ocurre el mismo artículo. No sé por qué hay coches de primera clase (que me parece bien) y coches de silencio (psch, que también) y no un coche para los niños. En la estación los padres ya van con caras apologéticas (que acabarán apoplejéticas). No les preocupa la lata que les darán sus hijos, que por algo su paternidad es responsable. Les preocupa la lata que nos darán sus hijos, que por algo son personas responsables.

Un vagón infantil eliminaría por completo esa ansiedad. Todossus viajeros o serían padres o abuelos o habrían asumido la algarabía como se asume el silencio si vas en el coche de los sigilosos. Y esa sería sólo la primera de las ventajas. Se les podría poner una película adecuada a los niños y quizá unas pantallas un poco menos mínimas. Se podrían pulir algunos objetos cortantes y acolchar algunos picos. Se podría adaptar el aseo a los más pequeños. Incluso se podría usar la idea para hacer un poco de poesía denuncia visual. Si colocamos el coche infantil al final del tren, nos recordaría a todos que la demografía es el vagón de cola de nuestras políticas y de nuestra sociedad.

La Renfe podría abrir camino, sentar un ejemplo. Hay un campo inmenso, necesario y divertido de apoyos a las familias numerosas. Ofertas especiales en los supermercados, viviendas adecuadas, coches monovolumen subvencionados. Tenemos casos sangrantes. En España la educación privada, por muchos impuestos que se paguen, tienes que requetepagártela tú de nuevo, si la quieres. Eso hace que las familias numerosas la tengan más difícil. Un cheque escolar, al menos a partir del tercer o cuarto hijo, sería un detalle (de justicia mínima).

Otro problema sangrante es el servicio doméstico, tan necesario en una familia grande si se pretende que los cónyuges concilien. Los trabajadores, como es lógico, huyen de las familias numerosas (que multiplican su labor) como de la peste. Quien más los necesita, los encuentra menos. ¿No ayudaría una bonificación fiscal o de derechos sociales al trabajo doméstico en las casas populosas?

El esfuerzo y la entrega de los padres numerosos no se los quita nadie, pero con medidas así se sentirían acogidos y comprendidos. Que es algo que, tal y como están las cosas, con independencia de nuestra situación y nuestras ideas, nos conviene a todos. Si no queremos perder el tren.

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