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Últimos de Filipinas y de Cádiz

Don Ramón Díaz-Alersi se quedará en el recuerdo, gracias a don José Ramón, que sigue como un Quijote

En Cádiz hay muy pocas personas con la sensibilidad, el amor y la entrega a su ciudad que demuestra José Ramón Pérez Díaz-Alersi. Podría estar ya retirado, pero no es ese su estilo: sigue activo y en plena forma. Esta tarde intervendrá en la Fundación Cajasol (antigua Casa Pemán) con una conferencia sobre un libro que ha publicado, titulado Aventuras y desventuras de don Ramón, que es una semblanza de su abuelo, Ramón Díaz-Alersi, pero es mucho más. Ha escrito la biografía de uno de los últimos de Filipinas cuando aún era española, y un testimonio excepcional sobre el Cádiz que perdimos, la evolución de la ciudad burguesa, los antiguos chalés, los pioneros beduinos... Porque Moncho es muy gaditano, pero también muy beduino, de aquella zona de Vistahermosa y La Laguna que pasó al recuerdo.

En apenas una página de presentación, José Ramón Pérez Díaz-Alersi explica el propósito de su libro, en el que han colaborado otros miembros de su familia y Hans Josef Artz, que no es de su familia, pero como si lo fuera a estos efectos. José Ramón explica: "Este relato tiene por finalidad conservar las memorias del personaje tan singular que fue don Ramón Díaz-Alersi y acercarlas a los miembros de su larga descendencia. Breves relatos de cada periodo de su vida, acompañados de antiguas e interesantes fotografías, y respaldados por los anexos y la galería fotográfica que cierran esta obra".

Como dice el autor, no ha escrito una novela, una historia o un estudio de la vida de Ramón Díaz-Alersi. Por el contrario, ahí están episodios de su vida en la defensa de Manila, y después en Cádiz, la ciudad en la que nació y vivió; primero en el centro (en la casa donde residió José María Pemán), y después en la Puerta Tierra que se extendía por Vistahermosa y La Laguna, con los chalés Manapla, Victorias y Pasay.

Es la vida de una familia bien gaditana, al compás del devenir de una ciudad. Están retratados esos jóvenes que jugaban al tenis y el hockey sobre patines, o iban al Náutico. Y marinos de la Armada, de tanto arraigo en la ciudad. Y la familia que se amplió con apellidos que suenan al Cádiz de antaño. Una ciudad con señorío, quizás imposible de mantener, venida a menos, y que no se evoca como una exaltación del tiempo perdido (que aquí no sería de magdalenas proustianas, sino de dulces de Viena), pero que se refleja como un espejo de lo que fue, pudo ser y ya no es.

Don Ramón se quedará en el recuerdo, gracias a don José Ramón, que sigue como un Quijote: infatigable en su batalla utópica por Cádiz.

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