Tsukimi

El inquietante apagón nos dejó a oscuras, pero enseguida brilló la luna llena de otoño

Cuando la noche del jueves se fue la luz en mi casa y en el barrio (la calle era boca de lobo) me entró un pavor antiguo, como el de los niños de los cuentos. En mi infancia, sin embargo, cuando se iba la luz llovía y era una fiesta de velas y palmatorias y tareas del colegio que se quedaban sin hacer. Una vez lo intenté a la luz de una candela y me salió ardiendo el flequillo y nos echamos unas risas medievales e inolvidables.

¿Por qué ahora me invadía un terror instintivo, cerval? Pues porque cuando se iba la luz en mi infancia era -a fin de cuentas- el franquismo; pero ahora en pleno siglo XXI (como repiten tantos) y estando en Europa y tal y cual, ¿qué era eso? Teniendo en cuenta la degradación de nuestra vida pública en tantas instituciones de la Fiscalía General del Gobierno a los pactos con Bildu, el apagón despertaba reminiscencias venezolanas inquietantes. ¿La oscuridad no alumbraba cierto tercermundismo sobrevenido?

Por suerte, antes de caer en el vértigo del abismo, percibí una apacible luz dorada y miré a lo alto. Allí estaba, sin problemas técnicos, la luna llena, casi sonriendo; y recordé que era el Tsukimi, esto es, la fiesta que, desde hace 1.500 años, celebran los nobles y samuráis y todo el pueblo ya, por la primera luna de otoño. Es un gran acontecimiento en Japón. Para verla más hermosa y disfrutar de su reflejo en las aguas, se embarcan los que pueden. También cocinan con yemas de huevo porque les recuerda a la luna, cuelgan adornos luneros en sus casas, y le dedican haikus. Por la mañana muy temprano, me había hecho el propósito de sumarme a la tradición y marcarme un haiku. El apagón me lo traía en una bandeja de plata: "Se fue la luz / y tú brillaste sola, / luna de otoño".

Resultaba mucho más hermoso y, sobre todo, más tranquilizador que no hubiese sido un émulo de Maduro, sino un haijin romántico el que había cortado los cables. O aún mejor: una Providencia humorística y orientalizante. Porque lo cierto es que nada más acabar mi haiku, volvió la luz y, además, la luna, como quien ya ha hecho su papel, hizo mutis tras las nubes.

Pero el lirismo no quita lo prudente, ni tampoco lo de Dolores Delgado y los pactos de la vergüenza, así que el Tsukimi me dejó mucho más sereno, sí, pero, sobre todo, más samurái. Esto es, muy advertido por el susto bolivariano y dispuesto a dar la batalla por las instituciones, que no todo son haikus y tankas.

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