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Transparencia fiscal

¿Se hace todo lo posible para que los trabajadores sean conscientes de los impuestos que pagan?

Nos quejamos del nivel de la campaña electoral de Madrid, pero nos concentramos donde el nivel es más bajo: insultos, victimismos, tópicos, etc. A la vez, sin negar la menor, se están produciendo debates de más altura. Por ejemplo, sobre los impuestos: que si más, que si menos. Teniendo en cuenta la relación directa que la propiedad privada tiene con la libertad individual y la de los presupuestos inflados con el despilfarro en la gestión y otras cositas, es un tema clave.

No es serio el comodín del rico, con el que se bloquea toda propuesta de bajada de impuesto («eso beneficia a los ricos») y se justifica toda subida («que paguen los ricos»). Ese comodín tiene tres defectos. Uno, moral: se apoya en la envidia. Dos, económico: da por hecho que la riqueza es un juego de suma cero. Tres, obvio: los impuestos ni se suben ni se bajan sólo para los ricos.

Con esa suposición se terminaría de un plumazo si el IRPF de cada hijo de vecino lo pagase éste en Hacienda, y no tuviese el empresario que deducirlo, recaudando gratis para el fisco. Tendría un inmenso valor pedagógico que la empresa ingresara a cada trabajador su sueldo íntegro y que éste, tres días después, tras haber visto lo que en realidad cobra, tuviese que ingresar religiosamente en Hacienda su impuesto sobre su renta, y en la Seguridad Social su buen tanto por ciento por sus cuotas. Sería un paso de gigante hacia la transparencia fiscal. Todo eso consta en las nóminas, ya, ya; pero una cosa es verlo (o no) en el papel, y otra, la alegría de cobrarlo, y la amargura de pagarlo.

Con el IVA podría hacerse algo similar. Medios técnicos hay. Compraríamos las cosas sólo por su valor real y luego tendríamos que ingresar nosotros el IVA trimestral. Los comerciantes (tan castigados) podrían vender a sus precios, sin sobrecoste. Sopesen el efecto psicológico inmediato en las compras. Y en los votos.

Algo análogo se produciría en las relaciones laborales. Ahora mismo, los empresarios piensan que pagan mucho y los trabajadores que cobran poco; y ambos tienen razón. Sucede que otra mano invisible (no la de Adam Smith, sino la del Estado) intercepta buena parte del sueldo que paga el empresario y que no cobra el trabajador. Esto distorsiona profundamente la relación laboral.

Con unas medidas tan sencillas, arrojaríamos claridad al comercio, al mercado de trabajo y, sobre todo, a los debates políticos sobre materia fiscal.

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