Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Laurel y rosas

Juan CArlos Rodríguez

Tráfico de pan, hambre y candié

EN la edición de la revista "Nuevo Mundo" de 29 de marzo de 1906, concretamente en la entonces emergente sección de actualidad gráfica, aparece casi escondida una pequeña fotografía firmada por Prieto bajo un título que es, realmente, una condena: "El hambre en Andalucía". Aquella fotografía describe, según el pie de texto que le acompaña, a un "grupo de jornaleros en la puerta del Ayuntamiento de Chiclana, en demanda de pan y trabajo". Son treinta, cuarenta viticultores los que se ven en la imagen en blanco y negro, muchos jóvenes, de aquella Chiclana que había quedado en la más completa miseria por los estragos de la filoxera. La enfermedad de la vid llegó a Chiclana en el máximo apogeo de su viña, con más de 3.700 hectáreas cultivadas. Y la destrucción fue inmediata. Desde el pago Matalián, que fue el que antes y más rotundamente padeció la plaga, hasta Campano, poniendo fin a los sueños del Marqués de Bertemati de seguir siendo un bodeguero de prestigio internacional, como ya había sido reconocido con las medallas de oro que obtuvieron sus vinos en Francia en 1896 y 1900.

Tal fue el desastre que a finales de ese año de 1900, el jefe del Servicio Agrónomo de la Provincia inspeccionó el viñedo chiclanero. Así acaba su testimonio sobre la acción de la plaga más destructiva en la historia de la vid, recogida en las Actas Capitulares del pleno municipal: "Consideramos el viñedo de Chiclana próximo a desaparecer si con mano vigorosa no se atiende a su replantación por los portainjertos americanos". Aquella filoxera, hizo que la pobreza en la que quedaron jornaleros, pequeños viticultores y mosteros, bodegueros, gran parte de la ciudad, sirviera, por tanto, para ilustrar la pobreza de Andalucía. En 1914, cuando el padre Fernando Salado crea el Sindicato de Obreros Viticultores aún está entre sus motivaciones combatir esa pobreza, con la viña y sus bodegas, que había sido su única riqueza, en la ruina más absoluta.

"Uno piensa en hambre y piensa en cifras y porcentajes. No en personas. Así se abstrae para quitarle su potencial de violencia", afirma Martín Caparrós, autor de un ensayo de lectura obligatoria, "El hambre" (Anagrama), y que esta misma semana ha recibido el premio el Premio Caballero Bonald. La noticia me hizo recordar aquella foto convertida en ilustración del hambre en Andalucía que me mostraba, precisamente unos pocos días antes, Rocío Oliva en un ejemplar de la revista "Nuevo Mundo". Y, a la vez, de otros documentos que había tenido entre mis manos rebuscando en el Archivo Municipal. Y que dan testimonio, no ya del hambre, sino también de que olvidamos pronto la historia y pasamos página rápido sobre lo que hemos sido y hemos padecido.

Voy a describir solo dos de esos documentos, con la prevención de que aún está por estudiar con rigor aquellos años de la II República en Chiclana. Ambos aparecen con membrete de la Comandancia de la Guardia Municipal, tienen fecha de abril de 1932 y van dirigido al alcalde, el doctor Javier de a Cruz, al que aún se recuerda como "médico de los pobres". El hambre no era cuestión puntual de una crisis causada por un insecto que se comía las raíces de las vides, sino que estuvo y permaneció anclada en lo más hondo de la ciudad durante décadas. Veamos, aunque vamos a omitir el nombre del acusado, porque viene a ser lo de menos. El primero de esos documentos, firmado por el guardia Francisco Verdugo, comunica lo siguiente: "En el día de hoy le fue intervenido al vecino de esta localidad dos piezas de pan, una de a kilo, con una falta de sesenta gramos y otra de medio kilo con una falta de 25 gramos, los cuales fueron decomisadas". Y a continuación se adjunta un certificado de que "se adjunta las piezas de pan de referencias". El segundo es casi idéntico, aunque lo firma otro guardia, Alfonso Pérez: "El Guardia que suscribe pone en conocimiento de usted que a las 20 horas del día de hoy fueron intervenidos a la Panificadora Eureka y al vecino de esta ciudad -el mismo en cuestión, no obstante-, cinco kilos de pan con una falta de 160 gramos y 2 kilos y medio con una falta de 160 gramos respectivamente, quedando depositado en el Mercado de Abastos".

Eran tiempos de hambre que la guerra civil, además, acrecentó. Tiempos de estraperlo, de poleá y de candié, que ya nadie come ni bebe. Aquel candié y su sola invención en el Marco de Jerez habla por si sola de una época de angustias y de pesar, que debe ser escrita y detallada para que nos olvidemos de donde venimos y qué somos. Aquel candié -extraordinaria palabra de origen inglés, apócope de "canddy" y de "egg", es decir, de caramelo y de huevo- remite a aquella Chiclana de setenta, ochenta, bodegas. De la clarificación de los vinos -quince, veinte huevos por bota- sobraba la yema, que servía de base alimenticia a muchos niños y a ese candié calentito en el que también se echaba vino dulce, moscatel o incluso oloroso. Que si la anemia, que si la gripe -de los que también era remedio-, el candié, el huevo dulce, lo que puso nombre fue a la pobreza. Y con un olor inconfundible que quien lo bebió no lo olvida. Como el hambre.

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