Qué me van a contar

M. Muñoz / Fossati

Toca ser optimistas

El votante es por definición un optimista. Cuando deposita su papeleta en la urna siempre lo hace pensando que su voto servirá para algo, que las personas que figuran en ese billete fundamental y fundacional de la democracia seguirán haciéndolo bien, o cambiarán algo o todo a mejor, según estén en el poder o aspiren a ejercerlo. Es verdad que abunda el elector resignado de boquilla, el que proclama que todos son iguales pero acude a votar.

Seamos esta vez, ahora toca, optimistas, ya que no somos políticos de carrera ni queremos serlo. Y digamos lo que pensamos: La Isla está hecha un desastre, el número de parados es gigantescamente alto en contraposición con el enanismo de los cotizantes a la Seguridad Social; el tranvía parece llevar en su letrero luminoso delantero la leyenda permanente de 'sin servicio'; la calle Real es una arteria principal con trombosis; el Ayuntamiento, también el edificio, está cerrado; Navantia parece navegar a remos; la Marina ya no es la defensa de la ciudad; las salinas componen sólo un soso paisaje improductivo; el mar es un fondo azul lejano y sólo utilizado en verano para bañarse en su riqueza (miren La Casería) ¿Dónde aparece el optimismo? dirán ustedes. En ese primer gesto imprescindible: votar.

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