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Cuarto de Muestras

Taxi, taxi

El progreso suele cobrarse sus víctimas que tienden a ser los más débiles

No es cierta la célebre frase "El progreso siempre llega tarde" de Cinema Paradiso. A veces llega demasiado pronto, sin tiempo ni ganas de acostumbrarnos a su presunto avance. El progreso suele cobrarse sus víctimas que tienden a ser los más débiles, ciegos e inconscientes, los más melancólicos. Los más parecidos a mí.

A mis cincuenta y un años he visto desaparecer lecherías, recovas, puestos de casquería de la plaza de abastos; quioscos que vendían de todo: chuches, tabaco, periódicos, tebeos, bolsas de soldados, indios y cowboys, estampitas de los álbumes Maga; la felicidad del domingo a la vuelta de cada esquina. He visto desaparecer ultramarinos y almacenes de barrio con todo su menudeo y sus cuentas apuntadas con tiza sobre el mostrador. He visto desaparecer las boutiques más bonitas y elegantes y las tiendas de lencería francesa. He visto cerrar las mejores papelerías con toda su poesía de mapas, papeles de seda o de charol, gomas de nata, tinta china, goma arábiga y lápices con olor a cedro.

Esos viejos negocios han sido sustituidos con el progreso por las grandes superficies, los supermercados, la venta online, los bazares chinos, los compro oro, las tiendas de cosmética barata y las cadenas que han unificado el comercio en todo el mundo. Supongo que eso es el progreso y no se debe ir contra los tiempos. Que es un placer que nadie te atienda, que no tengas que dar explicaciones, que puedas dejar la ropa tirada en un probador, que todos vayamos uniformados y nos digan cuándo hay que comprar los regalos, cuándo celebrar el amor, cuándo agasajar a nuestros padres o cuándo comprar más barato lo que no queremos ni necesitamos. Lo de poder cambiar o descambiar o devolver hasta la saciedad es otro gran invento del nuevo comercio. Adelante, todo sea en nombre del progreso que nos va a llevar a comprar sin tiendas, a ciegas, virtualmente. No me digan que no es el colmo de la evolución.

Y, en estas de resistir o morir, o más bien, de resistir y morir a un tiempo están los taxistas. En su mayoría no son guapos, ni discretos ni llevan coches nuevos como los de las plataformas y se han hipotecado de por vida para pagar su licencia. Sólo quedarán los buenos que sepan renovarse. Pero yo siempre sentiré nostalgia por los de siempre, por esos que, apenas te montas, como si estuvieran ligando, te preguntan de dónde eres, te cuentan su vida y, encima, te llevan donde les pidas. Ni un buen marido, vamos.

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