Mi abuela del Puerto [la otra era de Murcia] nos decía: «Tate» cuando nos instaba a estar atentos o despiertos. Siendo ella una mente inquieta y activa, insistía. No recuerdo cuándo ni cómo descubrí que «Tate» era abreviatura aliterada de «Date cuenta», pero, desde entonces, la uso mucho, por la falta que hace, por puro gusto verbal, por recordar a mi abuela y porque todo pasa tan rápido que, como pierdas el tiempo hasta concentrándote en concentrarte, te disipas.

Tate a lo de Amancio Ortega. En principio, parece alucinante que, en vez de ponernos a hacerle la ola a este señor que contribuye generosamente a luchar contra el cáncer con un dinero astronómico en los últimos avances, que en vez de hacerle la ola, algunos se pongan a hundirlo.

Es algo tan burdo, por otra parte, que hay que descartar que los populistas de izquierdas que lo denostan lo hagan por populismo o por interés electoral. Rechazando la donación de Ortega se exponen a un desprestigio más que merecido. La pregunta clave, entonces, es por qué. Un resentimiento de clase, como se dice, podría ser, pero no termina de convencerme porque ni a Iglesias, morador de un chalet en Galapagar ni a Isa Serra, que no ha trabajado jamás, les veo muy capaces de tener resentimiento de clase de ninguna clase (siempre y cuando no redunde en su beneficio, claro).

Entonces me he dicho «¡Tate!», que es el «¡Eureka!» de los de pueblo. Se trata, cómo no, de los impuestos. Cada vez que sale un rico diciendo que él está a favor de que los ricos paguen más impuestos, a estos mismos políticos se les caen las manos a trozos de aplaudir, mientras que yo me pregunto: «Si él es tan partidario, que done, hombre».

Ahí está, tate, la madre del cordero. En realidad, cuando hablan de subir los impuestos a los ricos están apuntando a las clases medias, como siempre, pero con una demagogia demoledora, con una retórica redonda. Si un rico colabora en el tocomocho, genial; pero ay, si, de pronto, un rico se pone a donar de lo suyo de verdad, sin lo de los impuestos por medio, les deja sin la fermosa cobertura para meternos las manos en nuestros bolsillos.

Tenemos que estar agradecidos a Amancio Ortega por el sofisticado instrumental contra el cáncer, por supuesto, pero también por deslegitimar, como quien no quiere la cosa, el discurso progre de los impuestos de los ricos, y de la forma más generosa y eficaz. Es un doble benefactor, tate.

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