Si es que le entiendo. Sí, a usted, que una vez más se pregunta si vale la pena depositar sus esperanzas en una urna porque cree firmemente en el espíritu democrático del domingo pero no ignora las leyes del mercadeo del lunes. A mí también se me abre la tierra bajo los pies con sólo pensar en las amplias tragaderas de quien teme quedarse con el estómago vacío después de años de vientre reventón o en los repentinos ataques de empatía de quienes ayer blandían espadas, y todo por un trocito del pastel. Me dan pánico las extrañas parejas y los matrimonios de conveniencia pero también las cartas blancas y las patentes de corso de las mayorías absolutas. Le entiendo tanto, amigo mío... ¿Para qué darles un voto de confianza si ya al día siguiente no dudan en encamarse con el más conveniente? Así que no sé por qué debería usar su derecho al voto...Pero quizás, y simplemente, porque lo que no se usa, se olvida. Y desaparece.

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