PUEDE que muchos ciudadanos de este callejero que va desde la playa del Almirante hasta el río San Pedro pasando por el parque Calderón lleven por nombre el de Tadeo, pero sólo uno ha sabido brillar con exultante luz propia. Y no es para menos dada su dilatada trayectoria deportiva como maestro de ese bello y completo arte marcial decimonónico como es el judo. Hombre de afectuosa calidad humana, Tadeo Díaz Ortega lleva medio siglo descalzo pisando un tatami y enfundado en un judogi (con cinturón negro de grado 5º Dan) desde que allá por el año 1967, a través de su primigenio sensei Fernando T. de Terry, descubrió en esta disciplina que venía de otro océano y de una cultura ancestral como es la del Sol Naciente, un modo de vida, una empática y sana filosofía que sin cuestionamiento alguno va más allá del ámbito deportivo.

Miles de alumnos de todas las edades, cientos de trofeos de todos los tamaños, decenas de cientos de miles de kilómetros en furgoneta como un andante cervantino por todas y cada una de las provincias españolas. Y por Francia y Portugal. Y por Italia y Luxemburgo… el Judo Club Tadeo ha sido durante décadas un gran embajador extraterritorial, llevando siempre por bandera el nombre de El Puerto en cada competición. A mi entender el trofeo más preciado.

Cuenta este hombre de apariencia fortachona, de extenso trayecto recorrido y la sabiduría sexagenaria metida en el morral, que a diario sigue aprendiendo humildemente de sus alumnos y recibiendo sorpresas avezadas en cada clase. Tadeo nunca pierde la oportunidad de resaltar dos cosas; su firme opinión en positivo sobre la juventud y que esta disciplina olímpica japonesa "del camino suave" tiene un alto y merecido valor para organismos internacionales como son la Unesco o el COI que lo consideran un completo deporte que promueve valores como el respeto, la amistad, la participación y el esfuerzo por mejorar.