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La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Susana echa un pulso perdido

Susana aplica siempre la ley del embudo y concibe la política como lucha constante y despiadada por el poder

El problema de Susana Díaz es que aplica la ley del embudo en una política que concibe sólo como la lucha constante y despiadada por el poder. Fuera del partido, contra sus adversarios. Dentro del partido, contra sus enemigos (no hay otro más encarnizado que Pedro Sánchez). Sin tregua y sin hacer prisioneros. A matar o morir.

Dentro del forzado armisticio que siguió a la derrota estrepitosa de Susana en las primarias socialistas, era lógico y legítimo que la entonces presidenta de la Junta exigiera controlar las listas de candidatos del PSOE al Parlamento andaluz en las elecciones que ella misma convocó anticipadamente. Lo hizo con la rotundidad habitual: ningún sanchista pudo ser diputado autonómico. La minoría seguidora aquí de Pedro Sánchez resultó laminada.

Pero también es lógico y legítimo que Pedro Sánchez quiera rodearse en el Congreso de un grupo parlamentario socialista de leales. Ahí es donde interviene la ley del embudo: Susana rompe el pacto -no sé si tácito o expreso- para elaborar las candidaturas a las elecciones autonómicas y a las generales e intenta imponer su mayoría para lograr concesiones de la otra parte. Las concesiones que ella no realizó antes del 2-D.

Quizás hay algo de deslealtad en esta actitud. En el fondo y en la forma. ¿Cómo justificar que se ningunee en la lista de Sevilla a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, la única estrella que refulge en el languideciente firmamento socialista? ¿O que se pongan pegas al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, prefiriendo a un alcalde de pueblo? Si lo que se quiere es sumar votos en una coyuntura dificilísima, el criterio prioritario para designar un cabeza de candidatura no puede ser otro que la calidad y el prestigio del personaje. Nunca la fidelidad perruna.

Formalmente también ha perdido los papeles Susana Díaz en este pulso. Por un lado, sabe de sobra que la última palabra sobre las listas la tiene el comité federal (ya se encargó Sánchez de reformar los estatutos del PSOE en esa dirección). Por otro, utiliza el dominio de su federación para echarle un pulso a su secretario general, consciente de que lo perderá, pero obteniendo algo a cambio. Como si las primarias no hubieran pasado ya o tuvieran una segunda vuelta. Finalmente, hace pública toda esta disputa, que en cualquier otro partido y con cualquier otro protagonista se habría zanjado en penumbra y sin escándalo. Como si no resignara asumir su -doble- derrota.

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