El catamarán

M. Muñoz Fossati Mfossati@diariodecadiz.com

Sorprendentes seguidores del Mayo francés

EL lema por excelencia del Mayo del 68 'Prohibido prohibir' ha hecho fortuna incluso entre quienes nunca se atrevieron a pensar los revoltosos parisinos. Ha dicho la alcaldesa de Cádiz que el Ayuntamiento no quiere prohibir las barbacoas, pero que, si no, las va a prohibir Costas. Pero los de Medio Ambiente no quieren reconocerlo. Entre los dos parece que hay un pacto tácito: los dos desean que muera esta fiesta que resulta tan molesta, pero ninguno quiere cargar con el sambenito de ser llamado censor ni dar el disgusto al pueblo.

En el Hospital Puerta del Mar, universitario y de referencia, una comisión de larguísimo recorrido lleva meses pensando como vender al usuario la prohibición de campar por sus anchas y a cualquier hora entre carritos, controles y sanitarios trabajando. Jornadas enteras para desarrollar lo que se sustanciaría con una simple prohibición: no se puede entrar para las visitas nada más que a determinadas horas. Debe ser, de nuevo, el temor a llevar la contraria.

Recordemos que una simple medida de higiene y convivencia como era impedir lo que se llamó botellón (cuando existen otros muchos nombre más gráficos en español para definirlo) requirió años de debate entre el derecho a la diversión de los jóvenes y el que tienen todos al descanso. Recordemos también como se acabó con ese fenómeno: prohibiéndolo. Que se lo digan a los fumadores, mucho más disciplinados de lo que la propaganda oficial de los apóstoles de un cierto tipo de salud se empeña en pregonar.

Sorpresa. El poder establecido ha hecho dejación de una de sus atribuciones, pero sólo en determinados casos y por no ser tildado de totalitario. Legislar es poner coto, aparte de reconocer derechos, pero ningún gobierno quiere aparecer como prohibicionista. Así crece el número de ciudadanos conocedores de sus derechos como decrece el de conocedores de sus deberes. El poder ha abandonado la rigidez de la norma cambiándola en muchos casos por la sonrisa y el halago. Nos animan a ejercer nuestra voluntad y se olvidan de recordarnos que somos ciudadanos también para respetar. El caso es no molestar.

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