El verano reconcilia y reconduce. Carga pilas y embruja de tal manera que uno se lleva todo el invierno soñando con él. Te da coba y te crees que va a ser eterno eso de que los días son más largos, el reloj casi ni se mira y el buen tiempo (salvo excepciones) pinta sonrisas. Tunante, bandido, mentiroso. El descanso que ansiamos tras nueve meses de una rutina que nos deja extenuados a finales de junio. Decrecen, un poco, las preocupaciones. El sueño se altera y se aplaza. Se recupera (o no) cuando se pueda. Porque hay que aprovechar cada segundo para hacer eso que en invierno es impensable. Incluso alguna diablura. En casa reina cierto (y entrañable) desorden. Los niños son menos gobernables, las comidas más apetitosas, las cervezas más provocativas. Tres meses para beberse la vida a grandes sorbos. Que luego llega la oscuridad y todo es diferente. Más real, pero distinto.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios