RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

Sólo para fumadores

CUALQUIER literatura es humo de mañana, es la disipación de una voluntad. Ahora que la ley antitabaco se vuelve más tajante, más intransigente si me apuran la calada escondida, es un buen momento para recordar uno de los mejores cuentos tabaqueros que se han escrito nunca. Me refiero a Sólo para fumadores, de Julio Ramón Ribeyro. Cualquier literatura es humo de mañana, pero los cuentos de Ribeyro son un humo denso, respirable y pacífico, de honduras muy diversas y volutas ingrávidas de pesos variopintos sucesivos, donde todos los planos se incardinan en una multiplicidad de texturas suavísimas, de bocanadas fúlgidas, corpóreas, que son un territorio literario.

La mejor noticia de la ley antitabaco, más totalitaria que efectiva, es que Seix Barral ha publicado los cuentos completos de Ribeyro en un tomo-tomazo, La palabra del mudo. ¿La palabra del mudo? Muy pocos han logrado una economía similar del lenguaje, administrar así cada palabra como un cartucho acústico que únicamente la pronunciará una vez; pero además, mudos son también sus protagonistas marginados, esos desheredados propietarios de sueños a los que Ribeyro restituye su derecho verbal. Los partidarios de la exquisitez quizá se inclinen por Silvio en el rosedal, pero a mí me gusta más Sólo para fumadores. El protagonista va fumando su biografía a partir de la anécdota del tabaco que puede adquirir en cada momento. Va cambiando de ciudad, de continente o país, va cruzando océanos de vida y extensión, y en cada momento le preocupa la manera de encontrar el dinero suficiente para comprar tabaco: y eso, en cada ciudad, continente o país, significa marcas de tabaco muy diversas, sabores y pegadas de humo líquido, trabajos y manejos de lo más intrincados, vivos de nicotina, y una disposición geográfica del mundo a través del tabaco. Es éste un cuento viajero publicado en 1987 que a los lectores de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, resultará vagamente familiar. A partir del detalle, de la cajetilla codiciada y su placer, el protagonista va contando una ruta iniciática con la normalidad de quien enciende el primer cigarrillo de la tarde detrás de su café, en la cordialidad de la conversación.

Algo hay de cordial en Julio Ramón Ribeyro: la sorpresa, el matiz, y una maestría tímida y coqueta en la conquista de lo cotidiano. Lo pequeño se vuelve universal en Ribeyro. Ahora que el verano tienta y desespera con este amago africano del calor, nada mejor que este millar de páginas de buena literatura, admirada por Vargas Llosa y Vila-Matas y reflejo de un mundo que ya no es nuestro mundo, en el que se viajaba más ligeramente, pero que queda extrañamente cerca en la memoria de humo. Sin Ribeyro no se explica del todo la literatura escrita en español hasta ahora mismo, y sin duda tampoco este verano en crisis, sin tabaco.

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