La soledad es un estado interior, anímico, introspectivo. De circunstancia y percepción. Y, si se quiere, un poco perfunctoria. Un tanto entre apetito y hundimiento. Entre sol y tormenta. El alma humana tiene matices, tantos o más que las gotas de agua que conforman un río o una aurora boreal.

Escribo esto por la noticia que fue portada de nuestro querido Diario de Cádiz, hace unos días, con la aparición de un cadáver en una céntrica calle de la capital. Llevaba cinco años en su cama. Síntoma es de una sociedad más enferma de lo que se confiesa. De lo que se admite o se piensa. La soledad buscada es la que halla la persona que va a perpetrar un soneto o un pregón o una autovillanía. A la otra le llamo aislamiento, ostracismo, atolón obligado entre espaldas y políticos.

Al lado del cadáver, un cuchillo. Enorme cuchillo. Cinco años de muerte en soledad. Todos hemos conocido gente así. Y no hablo de los sin techo, sino de personas con domicilio que un día murieron solos y los vecinos, alarmados por el olor, avisaron a la policía y todo lo demás.

No es lo mismo mantenerse alejado o apartado que estar solo. Tampoco es lo mismo la fobia que la filia, y hay gente que odia más de lo permitido, que odia siempre, -hasta los religiosos-.

El odio es la única verdad existencial que es interminable, y acompaña a la gente hasta su final, porque ésta sí que es, verdaderamente, una edad del hierro. O una glaciación de las conciencias. Empezando por los políticos. Estamos en una sociedad tan artificial que se apoya en sus propios vacíos y se derrumbará sobre nosotros. Y sobre ellos. Como la metáfora de Sansón con los filisteos.

Mientras vemos estos lodos, pobrezas, disensiones, esta edad del hielo de la consciencia. Tantos artistas fluidos que no tienen nada que decir. Tantos presuntos creadores de novelas, poemas, cuadros, postales, que buscan, no digo yo que no, la belleza, como si fuese una carrera hacia cualquier modelo, aduciendo que tienen el derecho a decir lo que piensan, sin comprender que no tienen cerebro para pensar. Ni para regir o gobernar. ¿Cuántos, antas, conocemos?

Es esta una sociedad enferma donde, incluso, los proscritos se vuelven contra los proscritos, el mundo es egoístamente egocéntrico, por lo que corresponde al estado, a sus autonomías y a sus ayuntamientos, velar por las personas excluidas de ellas mismas por ellas mismas en sí. Qué horror. El libertinaje verdadero es la incapacidad de un ser para asumir su libertad. Y en una sociedad que la vende como derecho, se producen estos derivados, solos, enfermos y excluidos, que nadie cuida ni vigila.

En mi calle otrora, Manuel de Falla, murieron dos mujeres solas. Vi los furgones de la morgue, los coches policiales, las ambulancias, es decir, la parafernálica unción de los servicios sociales ante la muerte. Ante su fracaso social.

Lo juro, nunca he mirado más intensamente a mi clase media, a ver si encontraba señales de vida. Y, juro, que no las encontré.

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