DESDE hace un tiempo, nuestro sistema se ha caracterizado por la globalización. Se trata de una traducción incorrecta de la palabra globe, que se refiere al mundo. Mundialización sería más adecuada, pero ahora no suena igual de bien.

Pero detrás de la globalización hay una estructura en suburbios. En Europa, por ejemplo, se localiza la zona del primer mundo que es la parte residencial y que se rodea de polígonos industriales. Cuando el crecimiento de la zona residencial se come a uno de estos polígonos se construye otro más alejado.

En Cádiz la globalización se llama Delphi y Visteon, dos plantas industriales en zona residencial. Es más rentable para las empresas trasladarlas a un polígono más alejado. Y es que la globalización, en su aspecto de aldea global, de concienciación de que los problemas del planeta nos afectan a todos, no se aplica a las empresas, y como lo que no es global son los derechos de los trabajadores, la prevención de riesgos ni la escolarización obligatoria, entre otras cosas, es más barato fabricar en otros lugares.

La Encuesta de Población Activa del primer trimestre del 2011 refleja que el porcentaje de esta población dedicada a la agricultura y ganadería no llega al 1% en nuestro país. En cuanto a la industria y la construcción, el porcentaje no alcanza el 25%; y casi el 75% de la población activa se dedica al sector servicios. Además es un sistema que está saturado a la vista de las tasas de desempleo. Esta desproporción entre producción y servicios tiene ventajas, pero también muchos inconvenientes.

Al estar saturado, el sistema no admite a más trabajadores y los expulsa enviándoles a otros países a trabajar, o con trabajos mal remunerados, o simplemente dejándolos fuera.

Así que a veces hay que plantearse si hay algunas personas que están en contra del sistema o si es el sistema el que está en contra de esas personas.

Quizás sea el momento de darle un sentido más humano a la globalización y empezar a proteger a todas las personas del planeta.