Columna de humo

José Manuel / Benítez Ariza

Silencios y deslices

Es cierto que a los reyes lo que mejor les cuadra es el silencio. En general, pasa con todo el mundo: cuando uno calla persistentemente, y en lo demás mantiene una conducta respetable, a la larga alcanza consideración de sabio. También una imagen consecuente ayuda lo suyo. Todo el mundo conoce a ese ministro con barbas venerables y discurso sobrio que, después de haber hecho un papel más bien discreto en gobiernos anteriores, y tras unos años de aún más discreta carrera internacional, volvió a la política interna con aureola de lumbrera. Esa reputación en nada se ha visto disminuida por el hecho de que, ante los inminentes indicios de una devastadora crisis económica, negase la evidencia. Había callado tanto que una metedura de pata bien podía perdonársele.

El caso de los reyes es distinto. Su silencio nunca podrá ser contradicho; entre otras razones, porque sus palabras no están sujetas a la corroboración de los hechos. Los reyes constitucionales no mandan ni deciden. Y, si alguna vez cometen un desliz verbal, no hay más remedio que atribuirlo a su condición de personas privadas, porque estas opiniones nunca podrán convertirse en acciones de gobierno que afecten a nadie.

Por eso no entiende uno el revuelo que han causado las declaraciones de la reina. Sus apreciaciones sobre el matrimonio homosexual, o respecto a otras flores del complejo jardín sociológico en el que vivimos, no dejan de ser las opiniones de un particular; y, si me apuran, del más inofensivo de los particulares, porque, más allá del ámbito donde ha tenido lugar el desliz (unas declaraciones efectuadas a una periodista experta en cuestiones cortesanas), no cabe imaginar que la reina, animada por el efecto de sus palabras, vaya a organizar mítines públicos para amplificarlas. Sucede más bien lo contrario: en cuanto determinados grupos de presión han protestado, no ha tenido más remedio que desdecirse. Lo que, ciertamente, no es un espectáculo grato de contemplar para ninguna persona que ame la libertad de expresión.

Lo curioso es que, días antes, unos jóvenes juzgados por quemar fotos de los reyes eran absueltos, al retirar el fiscal la consideración de delito para esos hechos. Vivimos en un mundo paradójico, en el que las actitudes contestatarias, que sólo tienen sentido en sociedades donde no es posible la expresión normal de ideas por cauces reglados, gozan de la protección de las leyes, mientras que la expresión cauta de opiniones poco oportunas por parte de personajes situados en el punto de mira de la atención pública es rápidamente criticada o censurada. Todo sea para bien. Que el poderoso mida sus palabras y el donnadie tenga la capacidad de gritar en la calle. Pero qué quieren que les diga: yo me conformaría con que todo el mundo practicase el noble arte de la discusión civilizada entre iguales.

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